Reflexión Homilética para el Domingo 17 de Mayo de 2020. 6º del Tiempo Ordinario.
La moral no está de moda en nuestros
días. Todo el mundo parece saber perfectamente lo que ha de hacer en cada
momento y nadie soporta que le impongan normas u obligaciones.
Desgraciadamente, hay muchos que siguen viendo la fe cristiana como una colección
de normas, de mandamientos, de obligaciones que hay que cumplir
escrupulosamente. Esa sería la condición para obtener la salvación. El que
cumple las normas, muchas de ellas de tipo ritual, como ir a misa todos los
domingos, confesarse una vez al año, etc. o de cumplimiento externo, como
casarse por la iglesia, se garantiza la salvación. Quizá por eso hay muchos
cristianos que terminan yendo a misa con el tiempo justo, se quedan en el fondo
sin participar demasiado y, como ya están cerca de la puerta, se van en cuanto
el sacerdote da la bendición o incluso antes.
Jesús, en el Evangelio de hoy, plantea la
cuestión exactamente del modo contrario. La obligación de los mandamientos como
tal no tiene ningún sentido si no se entiende en el contexto de una relación
personal con el mismo Jesús: “Se me amáis, cumpliréis los mandamientos”. No se
trata pues de cumplir los mandamientos de una forma automática o ciega con el
objetivo de conseguir la salvación. El paso primero es encontrarse con Jesús,
descubrir quién és y que significa en nuestra vida. De esa relación personal
surge el amor y el seguimiento. Los mandamientos son pura consecuencia de esa
vida de seguimiento. Pero primero es el amor. Y éste, en ningún caso, se puede
imponer como obligación. ¿Es que los que siguen a Jesús y le aman entenderán
como una mera obligación la invitación de la Iglesia a reunirse una vez a la
semana para escuchar juntos la Palabra y compartir el Pan y el Vino en la mesa
de la Eucaristía? Más que una obligación es un gozo y un derecho: el de
reunirme con mis hermanos y hermanas y juntos dar gracias a Dios por todo lo
que nos regala.
Ser cristiano, formar parte de la Iglesia
Católica, no es cumplir una serie de normas y mandamientos de forma automática
y porque sí. Es formar parte de una familia que se extiende más allá de la
sangre y de la cultura. Es haber acogido en el corazón una tradición que viene
de siglos. Es haber escuchado la predicación de Felipe y haber recibido el
Espíritu Santo de los apóstoles. Ser cristiano es hacer de Jesús el centro de
mi vida y amarle y amar a mis hermanos con la fuerza de su ejemplo y de su
espíritu.
Este domingo hay que mirar a Jesús,
hacerle presente en nuestro interior y mirarle a los ojos. Él es la única razón
que tenemos para seguir confesándonos cristianos, para cumplir con lo que nos
pide el Evangelio y la Iglesia.
Fernando Torres CMF
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