Reflexión para la Celebración de la Pasión de Ntro. Señor Jesucristo. Viernes Santo.
Hoy meditamos la Pasión, como
hicimos en Domingo de Ramos. Y, sin embargo, ¡qué distinto! No hay cantos de
alabanza, ni Ramos, ni alegría… Y es la misma Pasión. Creo que tampoco
estaríamos entendiendo el Misterio Pascual si convertimos el día de hoy en puro
dolor y muerte.
El Viernes Santo, para un
creyente, refleja como ningún otro momento, la aparente contradicción que es
nuestra vida, la fuerza que se esconde en la vulnerabilidad humana.
Contradicción porque casi nada es negro o blanco, bueno o malo, éxito o
fracaso. Contradicción de tener que soportar dolor para engendrar vida como un
parto cotidiano. Contradicción de desfigurados, pobres y enfermos cuyas heridas
nos curan y en cuya fealdad somos atraídos por una misteriosa belleza. Es la
experiencia del Siervo de Isaías. Contradicción la nuestra adorando una Cruz y
bendiciendo un Madero Santo como árbol de Vida. Contradicción al contemplar el
Mal que acampa a sus anchas y se ceba en los más indefensos, como lo hizo con
Jesús y sigue ocurriendo hoy. Contradicción al rasgarnos las vestiduras porque
alguien no cumplió algún precepto o ritual pero dejamos pasar encogiéndonos de
hombros las muertes habituales en el Mediterráneo y otras costas.
El ser humano es contradicción.
Lo vivimos cada Domingo de Ramos y lo volvemos a palpar frente a la Cruz. El
grano de trigo que no crece si no muere. La salud naciendo de la herida. “Mirad
a mi Siervo”. Un aparente fracaso y, sin embargo, nuestro Dios. Nuestra Vida.
La fuerza de la vulnerabilidad que no se oculta. El que aprendió sufriendo a
obedecer, a pesar de ser el Hijo de Dios. Y si esto nos asusta -a mí, te
confieso que sí lo hace-, digámoslo con palabras más sencillas: la muerte no
tiene la última palabra. El Amor nunca fracasa. Ninguna noche es eterna. Y no
es poesía. Es real, aunque cuando estamos en pleno Viernes Santo en la vida,
nada nos consuele y sólo nos nazca decir: “Padre, a tus Manos encomiendo mi
espíritu”. Si es así, no te preocupes ni te avergüences. Jesús también lo vivió
antes.
Rosa Ruiz, Misionera Claretiana
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