Reflexión Homilética para el Día 9 de Abril de 2020. Jueves Santo.
“¿Cómo pagaré al Señor todo el
bien que me ha hecho?”. Hoy es Jueves Santo para todos los creyentes. Este año
no celebraremos en la Iglesia (la física y la humana) los Oficios del Triduo.
Es una oportunidad para celebrarlo desde dentro, unidos con los creyentes de
todo el mundo (no solo con “mis” conocidos), yendo al corazón de cada día,
acompañando la Pascua de Jesús y la nuestra propia. La respuesta del salmo 115
puede ser una bonita banda sonora de fondo para nuestro día: agradecer tanto
bien recibido de Dios a lo largo de mi vida.
En Jueves Santo celebramos una
reunión de amigos. Un brindis por la Vida, por un estilo concreto de vivir. Una
confirmación vocacional.
Confirmación vocacional como
proyecto de vida que todos, en algún momento, tenemos que elegir si seguir
adelante o abandonar. Jesús elige continuar con la misión y vocación que cree
haber recibido del Padre. No solo en la Cena celebrando la Pascua ni
proponiendo su testamento final. Sobre todo en Getsemaní, a las afueras de
Jerusalén, desde donde podría haber huido discretamente. Eligió permanecer.
Permanecer. Permanecer. Y cada discípulo también hace esta noche una elección
vocacional: ¿permanecer?, ¿abandonar?, ¿esconderse?, ¿avergonzarse? La buena
noticia es que casi nada tiene una última palabra; todos pudieron reelegir su
vocación de nuevo tras la Resurrección (excepto Judas). ¿Cómo podré agradecer
tanto bien?
Un brindis por un modo concreto
de vivir: repartiendo la vida con los demás (como Pan y Vino) y lavando los
pies al mundo. Vivir desde el amor, desde la fraternidad, desde el servicio…
Cada uno llamémoslo como más nos guste. Jesús brinda por ello: ¡haced esto en
memoria mia!, ¡así merece la pena vivir y morir! ¡No tengáis miedo a servir, a
“re-bajaros” para ayudar a los demás! Y esto no como un momento puntual de
voluntariado o un donativo habitual. ¡Es un modo de vivir, una actitud vital!
¿Cómo podré agradecer tanto bien?
Y una reunión de amigos: si me lo
permitís, me gusta pensar en la Ultima Cena como la Primera Iglesia. Una
reunión de amigos en torno a Jesús. Hombres y mujeres (sí, hombres y mujeres…
el modo de contarlo y pintarlo fue posterior, recuerda). Cada uno como es, cada
uno eligiendo cómo situarse. Todos iguales. El único que convoca es Jesús. Los
demás somos sus amigos y es bastante. De esa amistad profunda nacerá un Anuncio
que recorrerá el mundo entero. ¿Cómo podré agradecer tanto bien?
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