Reflexión Homilética para el Domingo 23 de Junio de 2019. Solemnidad del Corpus Christi.
“Melquisedec, rey de Salem,
ofreció pan y vino. Era sacerdote del Dios Altísimo” (Gén 14,18). Este rey no
es un israelita. Pertenece a los cananeos que habitaban la tierra a la que
llegó Abraham procedente de Ur de los caldeos. Este sacerdote no presenta
al Dios Altísimo un sacrificio de
animales, sino una ofrenda de pan y de vino. Por otro lado, bendice a Abraham y
este le ofrece el diezmo del botín que ha conseguido en una batalla contra un
grupo de reyezuelos.
Es importante observar que el
salmo responsorial ensalza al Mesías y lo proclama como “sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec” (Sal 109,4). Por tanto el sacerdocio de Jesús no
está vinculado al de Aarón. Tiene una dimensión universal.
LA ALIANZA Y LA ENTREGA
En su primera carta a los
Corintios, san Pablo es el primero en transmitir la tradición que recuerda la noche en la que Jesús pasó a sus
discípulos el pan y el vino de la nueva alianza, como signo y sacramento de su
vida y de su entrega (1 Cor 11,23-26). Al
celebrar la eucaristía hacemos memoria de aquella entrega y damos gracias por
ella.
- “Esto es mi cuerpo que se
entrega por vosotros”. Con el gesto del
pan partido y compartido, Jesús expresaba su entrega a sus hermanos. A los que
participaban en aquella cena pascual y a los que seguirían sus pasos a lo largo de los
tiempos.
- “Este cáliz es la nueva alianza
sellada con mi sangre”. La sangre de los animales sacrificados sellaba las
alianzas entre los pueblos y sus proyectos comunes. El vino compartido
anticipaba el sacrificio de Jesús y sellaba la alianza de Dios con los hombres.
- “Haced esto en memoria mía”. La
muerte del Justo injustamente ajusticiado nos interpela. En la Eucaristía
proclamamos que su memoria pervive en nosotros. La presencia de Cristo está
viva en medio de su comunidad.
- "Cada vez que coméis de este
pan y bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”.
Vivimos en esperanza. Deseamos que la presencia de Cristo se haga visible en
nuestro mundo y en nuestra historia.
ESCUCHAR Y COMPARTIR
El evangelio que se proclama en
esta fiesta del cuerpo y de la sangre de Jesucristo nos recuerda el relato de
“la multiplicación de los panes y los peces”. Ante la necesidad de la gente y
la perplejidad de los discípulos sobresale la decisión de Jesús.
“Dadles vosotros de comer”. Estas
palabras de Jesús no son una simple llamada a la generosidad personal de los
discípulos de antes o de ahora. Tampoco son una exhortación a tratar de cambiar
un sistema económico-social. Son mucho más.
“Dadles vosotros de comer”. Estas
palabras son una interpelación y un mandato. Están dirigidas a los discípulos
que seguían al Maestro y a los que tratamos de seguirlo en nuestros días. Ponen
de manifiesto nuestro egoísmo y nos llaman a la responsabilidad.
“Dadles vosotros de comer”. Estas
palabras de Jesús son un grito profético que anuncia un mundo de bienes
compartidos y denuncia nuestra insolidaridad. La Eucaristía que celebramos nos
exige hacer nuestra la entrega de Jesús. Nos lleva a vivir un amor sincero a
los demás. Y a promover una caridad generosa y una justicia eficaz.
Señor, nosotros creemos que en la eucaristía nos has dejado el memorial
de tu pasión y la certeza de tu presencia entre nosotros. Queremos permanecer
fieles a tu mandato. Y deseamos escuchar tu voz para compartir con nuestros hermanos el alimento
que sacia el hambre y la fe que ilumina el camino. Bendito seas por siempre,
Señor. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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