Reflexión Homilética para el Domingo 24 de Febrero de 2019. 7º del Tiempo Ordinario, C.
“Él te puso hoy en mis manos,
pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor”. El grito de David sonaba
como un desafío desde el otro lado del barranco. De noche se había acercado
hasta el campamento del rey Saúl. Y se había llevado desde su misma cabecera la
lanza de aquel rey que lo perseguía con una tropa desmesurada (1 Sam 26,23).
La escena se repite a lo largo de
la historia. El poderoso y el débil. El rey y su fiel vasallo, que lo ha
librado del enemigo y toca el arpa para aliviar las depresiones del rey. La
fuerza teme a la debilidad y utiliza toda su influencia para satisfacer su
envidia y su deseo de mantenerse en el poder. Pero el joven David se muestra
grande en su pequeñez. No quiere vengarse. No daría nunca la muerte al ungido
por el Señor.
No hay razones políticas para la
grandeza del perdón. Sólo hay esa razón religiosa que pregona el salmo
responsorial: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en
clemencia; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según
nuestras culpas” (Sal 102,8.10). Nuestra fe nos invita a vivir no según el
modelo del hombre terreno. Nos exhorta y nos ayuda a vivir según los ideales
del hombre celestial (1 Cor 15,45-49).
LO RAZONABLE Y LA LOCURA
Tras la proclamación de las bienaventuranzas,
el evangelio de Lucas nos recuerda el mensaje fundamental de Jesús: “Amad a
vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os
maldicen, orad por los que os injurian”. Cuatro verbos que resumen una
propuesta que parece descabellada e imposible (Lc 6,27-38).
En un lenguaje oriental, tan
colorista como exagerado, el texto concreta en algunos ejemplos ese tipo de
amor inimaginable que propone el Maestro. Presentar la mejilla al que nos
hiere. Dar más que lo que nos piden. No reclamar lo que nos arrebatan. ¿No es
una locura?
Amar a los que nos aman, hacer el
bien a quien nos ha hecho bien, prestar dinero para cobrarlo con intereses. Eso
es lo normal, lo habitual, lo más razonable de este mundo. Eso lo hacen con
frecuencia hasta los más degenerados. Claro que para seguir comportándonos así,
no necesitábamos al Mesías de Dios. ¿Dónde estaría la novedad que todos
soñamos?
EL TALANTE DEL PADRE
Dios es compasivo y
misericordioso. Imitar esas cualidades suyas es el camino de la sabiduría y de
la armonía social. Así es el Padre. Y solo con ese espíritu pueden imitarle sus
hijos. Ese talante se concreta en dos prohibiciones y en dos exhortaciones:
“No juzgar”. No conocemos las
profundas motivaciones que llevan a los demás a actuar. No conocemos todas las
circunstancias en las que se sitúan sus decisiones.
“No condenar”. No podemos negar a
los demás la oportunidad para revisar su comportamiento. Nada es definitivo
mientras vamos de camino.
“Perdonar”. Somos un “ejercito de
perdonados”, como ha dicho el papa Francisco. Todos hemos necesitado y
necesitaremos una y mil veces el perdón.
“Y dar”. Nadie es autosuficiente.
Estamos rodeados de pobres. Podemos dar alimentos y vestidos, oportunidades y
medios para vivir. Y sobre todo, el tiempo, que es la vida misma.
Señor Jesús, tú has querido
adoptar la regla de oro de todos los tiempos: hacer a los demás lo que queremos
que hagan con nosotros. Pero tú no te limitas con ello a apoyar nuestro
egoísmo. Nos invitas a contemplar e imitar la generosidad del Padre. ¡Bendito
seas!
D. José-Román Flecha Andrés
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