Reflexión homilética para el Domingo 3 de Junio de 2018. Solemnidad del Corpus Christi.
“Esta es la sangre de la alianza
que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos” (Éx 24,8). Con la
sangre de las vacas ofrecidas en sacrificio rocía Moisés a su pueblo, para
ratificar el pacto que le ha ofrecido el Señor.
Dios se presenta a su pueblo como
el liberador. Recuerda lo que ha hecho por él al sacarlo de la esclavitud de
Egipto y ponerlo en el camino de la libertad. En ese contexto, los mandamientos
no son una orden caprichosa. Resumen la tarea que ha de responder al don. Son
el itinerario que ha de recorrer el pueblo para ser verdaderamente libre.
Y la sangre derramada es el signo
que expresa la iniciativa gratuita de ese Dios que ha ofrecido a su pueblo una
alianza de colaboración, es decir un pacto de liberación.
Pero Cristo no ha usado la sangre
de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia. Con su sangre purifica
nuestra conciencia de las obras muertas (Heb 9,11-15)
EL PAN
Jesús había previsto en Jerusalén
un lugar para comer la Pascua con sus discípulos. Mientras comían, tomó un pan,
pronunció la bendición y se lo entregó; diciendo: “Tomad, esto es mi cuerpo”.
Como ha dicho el papa Francisco,
“con este gesto y con estas palabras, Él asigna al pan una función que ya no es
la de simple alimento físico, sino la de hacer presente su Persona en medio de
la comunidad de los creyentes” (7.6.2015).
El pan era en aquellas horas con
las que se cerraba su camino terrenal, el sacramento de su entrega por nosotros
y por nuestra salvación.
El pan es en este momento
concreto de nuestra historia, el signo que significa y realiza su presencia
entre nosotros.
El pan nos ha de comprometer
siempre a tratar de realizar la comunión fraternal entre todos nosotros.
EL VINO
Pero la sangre aparece también en
el relato evangélico que se proclama en esta fiesta del Cuerpo y Sangre de
Cristo (Mc 14,12-16.22-26). Tomando una copa, Jesús pronunció la acción de
gracias y la pasó a sus discípulos. Al gesto acompañaban las palabras de la
revelación: “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos”.
San Fulgencio de Ruspe nos dejó
escrito que “los fieles que aman a Dios y a su prójimo deben beber el cáliz del
amor del Señor”.
San Juan de Ávila predicaba que
“el mismo cuerpo que en la cruz estuvo, la misma sangre que se derramó, esa
comemos y esa bebemos, en memoria de aquella sagrada pasión que se celebró en
remisión de nuestros pecados”.
El papa Francisco nos ha dicho
que “el Cristo que nos nutre bajo las especies consagradas del pan y del vino
es el mismo que viene a nuestro encuentro en los acontecimientos cotidianos:
está en el pobre que tiende la mano, está en el que sufre e implora ayuda, está
en el hermano que pide nuestra disponibilidad y espera nuestra acogida”.
Señor Jesucristo, pan vivo que
bajó del cielo y vino que embriaga a los creyentes, ayúdanos a guardar
fielmente la alianza que nos ofrece el Padre y a construir el mundo de paz y de
justicia que el amor del Espíritu nos sugiere. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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