Homilía para el Domingo 16 de Febrero de 2014. 6º del
Tiempo Ordinario, ciclo A.
“Si quieres, guardarás sus
mandatos, porque es prudencia cumplir su voluntad”. Así comienza la primera
lectura de la misa de hoy. Nadie es obligado a hacer lo que no puede. Los
mandamientos no son órdenes impuestas por alguien que no conoce nuestra
debilidad. Responden a la dignidad y racionalidad del ser humano.
Esas palabras del libro del
Eclesiástico o Sirácida (15,15-20) fueron citadas por el papa Juan Pablo II en
su encíclica “El esplendor de la verdad”. Es una cita muy oportuna, en un
tiempo en el que todos invocan el valor de la libertad, pero se disculpan del
mal que han hecho, diciendo que no eran libres para evitarlo.
El texto nos dice a continuación:
“Ante ti están puestos fuego y agua; echa mano a lo que quieras”. Nuestras
opciones van fijando nuestra responsabilidad. La mayor parte de nuestras
desdichas se deben a nuestra ceguera a la hora de elegir el camino.
MANDAMIENTOS Y VALORES
En el evangelio que hoy se
proclama Jesús nos recuerda que no ha venido a abolir la ley de Moisés (Mt 5,
17-35). Muchos piden a la Iglesia que se decida a suprimir los mandamientos.
Pero la Iglesia no puede hacer lo que ni Jesús mismo podía. Porque los
mandamientos responden a los valores que nos hacen humanos.
• No basta con no matar, nos dice
Jesús. Es preciso acoger a los hermanos, sin excluirlos de nuestras relaciones
de fraternidad.
• No basta con no cometer
adulterio. Es necesario aprender a establecer unas relaciones de amor limpias y
transparentes, basadas en el compromiso y la fidelidad.
• No es preciso jurar. Estamos
llamados a vivir en la verdad, a decir la verdad, a dar testimonio de la verdad,
siempre y en todo lugar.
En su exhortación “La alegría del
Evangelio”, el Papa Francisco nos advierte del peligro del relativismo con que
tomamos nuestras opciones más profundas (n. 80).
MANDAMIENTOS Y LIBERTAD
En el texto evangélico de hoy,
insertado en el marco del Sermón de la Montaña, Jesús nos advierte de un riesgo
bastante frecuente:“El que se salte uno solo de los preceptos menos
importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el
reino de los cielos”.
• Saltarse uno de los preceptos
significa colocar nuestro juicio por encima del juicio de Dios. Con ello
reafirmamos nuestra sed de autonomía. Pero también demostramos que decidimos
actuar “como si Dios no existiera”.
• Saltarse uno de los preceptos
significa también que pretendemos olvidar la dignidad de nuestros hermanos. Con
razón dice el Papa Francisco que eso nos lleva a actuar “como si los demás no
existieran”.
- Señor Jesús, con demasiada
frecuencia pensamos que los mandatos de Dios nos privan de nuestra libertad.
Con tus palabras y tu ejemplo, tú nos enseñas que sólo en el cumplimiento de
esos mandatos encontraremos nuestra libertad. Bendito seas. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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