Domingo 10 de noviembre de 2013. 32 del Tiempo
Ordinario C.
“Vale la pena morir a manos de
los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará”. Estas palabras que
se proclaman en la primera lectura de la misa de hoy (2 Mac 7, 1-2. 9-14) son
una auténtica confesión de fe. Son pronunciadas por uno de los jóvenes macabeos
que fueron martirizados por Antíoco IV Epífanes por negarse a abandonar su fe.
Estas palabras son interesantes
desde el punto de vísta de la ética social. Podrían ser invocadas hoy para
resumir nuestras convicciones sobre la libertad religiosa. Nadie puede ser
obligado a creer y a practicar una religión. Pero nadie ha de ser obligado a
renegar de su fe y abandonar sus prácticas religiosas o los símbolos que las
recogen y significan.
Pero, además, estas palabras son
importantes desde el punto de vista del contenido mismo de la fe. El pueblo de
Israel pensó durante mucho tiempo que el camino de la persona termina con la
muerte. Muy lentamente se fue abriendo paso la admisión de la justicia de Dios
en el más allá y la creencia en la resurrección.
La afirmación de la resurrección
de los muertos adquiere su firmeza en una época de persecución. A los que han
dado la última prueba de su fidelidad, Dios no puede menos de mostrarse fiel.
Él no puede ser menos generoso que el hombre. A quien ha entregado la vida por
Él, Dios le devolverá una vida resucitada.
VIDA TEMPORAL Y VIDA ETERNA
Pues bien, el evangelio recuerda
la pregunta que dirigen a Jesús los saduceos, tan vinculados al culto en el
Templo de Jerusalén. Cuentan a Jesús una inverosímil historia que nos recuerda
la que se nos narra a propósito de Sara, la esposa de Tobías (Tob 7,11) y la
prescripción de la ley del Levirato (Deut 25,5).
En la mente de los saduceos, la
fe en la resurrección futura es ya una complicación para la vida presente. Si es
que existe la resurrección, cuando vuelvan a la vida sus siete maridos, ¿de
quién será esposa la mujer que se fue casando sucesivamente con todos ellos?
Esa es la pregunta. La respuesta de Jesús contrapone la vida temporal y la vida
eterna.
El matrimonio y la reproducción
de la vida reflejan la necesidad impuesta por la muerte. Pero la vida futura,
libre ya de la muerte, no impone la necesidad del matrimonio. En la respuesta
de Jesús sobresale, por tanto, el mensaje de la fe. Los que sean dignos de la vida
eterna son como ángeles: son hijos de Dios y participan en la resurrección.
AMOR Y CONFIANZA
Es interesante ver cómo el
evangelio fundamenta la fe en la resurreccion sobre la revelacion de Dios a
Moisés. El guía de Israel lo ha percibido como el Dios de Abrahán, de Isaac y
de Jacob”. En ese contexto se sitúan las palabras con las que concluye Jesús su
respuesta.
• “No es Dios de muertos, sino de
vivos”. La suerte del hombre depende de la afirmación de Dios. La pregunta
sobre el ser humano y su destino difícilmente encontrará respuesta si se ignora
a Dios. Dios nos ha creado para la vida. Para la vida que brota de él y que
culminá en él.
• “Para Dios todos están vivos”.
Cuando amamos a una persona querríamos mantenerla en vida. Hasta los ritos
funerarios reflejan este anhelo. Pero lo que es imposible para el hombre es
posible para Dios. Dios es amor. Y el amor es más fuerte que la muerte. Dios
nos ha creado por amor y su amor nos mantiene en vida para siempre junto a Él.
- Padre nuestro que estás en el
cielo, tú conoces nuestro amor a la vida y nuestro anhelo de vivir para
siempre. En tí esperamos y en tu amor confiamos. Adoctrinados por Jesús, en tus
manos encomendamos nuestro espíritu. Amén.
D. José-Román Flecha
Andrés
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