Comentario homilético Domingo 27 de Octubre de 2012. 30 Tiempo
Ordinario C
“Los gritos del pobre atraviesan
las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa; no ceja hasta que Dios le
atiende, y el juez justo le hace justicia”. Esta certeza del poder de la
oración de los pobres nos recuerda la parábola de la viuda y el juez injusto
que se proclamaba el domingo pasado. El libro del Eclesiástico reafirma hoy esa
creencia (Eclo 35, 15-22).
Muchas veces hemos contemplado la
parcialidad de las personas y de las instituciones. Con frecuencia hemos tenido
que padecerla, en nosotros mismos o en las personas más cercanas a nosotros. En
cambio, la Escritura nos dice hoy que “El Señor es un Dios justo que no puede
ser parcial; no es parcial contra el pobre y escucha las súplicas del
oprimido”.
Si Dios muestra alguna
preferencia la dirige precisamente a los más débiles y necesitados de
protección. Por eso, es un error decir que la fe es alienante. Quien cree en
Dios y trata de vivir según Dios no puede desentenderse de los últimos de la
tierra. Cuando estos se dirigen a Dios, Él los escucha.
EL PRETEXTO Y LA VERDAD
Tantas veces presente en el
evangelio según San Lucas, la oración es de nuevo el tema central del evangelio
de hoy (Lc 18,9-14. A la parábola de la viuda y el juez inicuo sigue hoy la
parábola del fariseo y el publicano. Con ella se nos dice que no basta con
orar. Existe una piedad falsa y escandalosa. Y otra piedad humilde, es decir
verdadera.
• El fariseo emplea muchas
palabras para orar. Es cierto que levanta su mente hacia Dios con gratitud.
Pero no ora ante Dios sino ante un espejo. Su acción de gracias es un pretexto
para alabarse a sí mismo. Está convencido de que su salvación depende solo de
sus ayunos y limosnas. Se atribuye una limpieza
que es un don de Dios.
• El publicano cobra los tributos
que ha de entregar al Imperio. Es visto por todos como un colaboracionista y un
pecador. Nadie lo considera inocente y en nadie puede apoyarse. Su oración es
pobre y elemental en la forma. Admite su verdad y se dirige a Dios con la
humildad de quien sabe que sólo puede encontrar la salvación en la misericordia
de Dios.
EL PECADO Y LA COMPASIÓN
Tanto el fariseo como el
publicano creen en Dios. Pero su forma de orar nos revela en qué Dios creen en
realidad. Al decir que el publicano alcanzó la justicia y santidad de Dios,
Jesús nos invita a aprender el espíritu de su oración.
• “Oh Dios, ten compasión de este
pecador”. Esta oración nos lleva a revisar nuestro pasado y descubrir en él el
rastro y las cicatrices del pecado. De nuestra rebeldía ante Dios. O de nuestra
indiferencia ante nuestros hermanos.
• “Oh Dios, ten compasión de este
pecador”. Esta oración nos invita a sentir de verdad la seriedad del pecado. Y,
al mismo tiempo, a confesar, con San Bernardo, que Dios no padece, pero sí que
se compadece.
• “Oh Dios, ten compasión de este
pecador”. Esta oración nos exige admitir y confesar que solo Dios es Dios. Solo
Él nos puede perdonar y aceptar como somos. Sólo él conoce nuestra verdad y nos
puede redimir en su misericordia.
- Padre nuestro celestial, tú no
sólo ves la injusticia de este mundo sino que conoces nuestra más íntima
verdad. Ten piedad de nosotros y no permitas que busquemos nuestra
justificación en las obras de nuestras manos. Porque solo tú eres Santo. Amén.
D. José-Román Flecha
Andrés
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