Homilía del Domingo 28 de Julio de 2013. 17º Tiempo Ordinario, C.
El regateo no
tiene sentido en una sociedad corrompida, donde se conceden los servicios a los
amigos. Además, la organización de los grandes almacenes impone precios fijos
tanto a sus clientes como a sus proveedores. La sociedad occidental ha olvidado
el arte del regateo sobre los precios. O lo había olvidado, porque la crisis
económica ha obligado a muchos a emplear aquel recurso para vender al menos
algunos artículos o prestar algún servicio.
En muchos
países de Oriente, el regateo es un arte. Casi una pieza de teatro. Es
importante no sólo para la compraventa, sino también para las relaciones
sociales. El regateo lleva al vendedor a
conocer las posibilidades, las intenciones y las fantasías del comprador.
Pues bien, el
libro del Génesis (18,20-32) presenta al patriarca Abrahán regateando nada
menos que con Dios. Trata de ver hasta dónde llega la tolerancia de Dios con el
pecado de Sodoma. ¿Cuántos justos bastarían para que Dios perdonase los
crímenes de la ciudad?
Este hermoso
diálogo que Abrahán mantiene con sus huéspedes, es decir con el mismo Dios, es
ante todo una revelación del mismo Dios y de su misericordia. Es un retrato de
Abrahán y de su amistad con Dios. Y es una pauta para la oración, confiada e
insistente.
CAMINO DE
ORACIÓN
El evangelio de
Lucas ofrece muchas alusiones a la oración. El texto que hoy se proclama
(Lc11,1-13) podría dividirse en tres partes, que están centradas en el mismo
tema. En la primera, se contiene la enseñanza de una oración, en la segunda una
doble parábola y en la tercera una exhortación.
- En la
primera, aparecen los discípulos, que viendo orar a Jesús, le suplican: “Señor,
enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”. Los discípulos sabían
orar. Pertenecían a un pueblo que tenía la oración como una característica
habitual. Pero piden a Jesús que les enseñe una oración que los distinga para
siempre. Y él les enseña el “Padre nuestro”.
Según Benedicto
XVI, Jesús “nos hace partícipes de su modo de orar, nos introduce en el diálogo
interior del amor trinitario, eleva nuestras necesidades humanas hasta el
corazón de Dios… Las palabras del Padre nuestro indican el camino hacia la
plegaria interior, contienen orientaciones fundamentales para nuestra
existencia, nos modelan a imagen del Hijo”.
- En la segunda
parte del evangelio, para subrayar la acogida que Dios presta a nuestras
súplicas, Jesús expone las comparaciones
del amigo y del padre. Si el amigo se levanta a dar los panes al que se los
pide a media noche, lo mismo hará el Padre. Si el padre terreno da cosas buenas
a su hijo, también el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo
piden.
DESAMPARO Y
ACOGIDA
Todavía hay una
tercera parte en el texto evangélico de hoy. La que expresa una exhortación y
una promesa, seguida de una motivación de tono sapiencial con sabor a proverbio
popular:
• “Pedid y se
os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”. Tres verbos recuerdan la
condición humana. Con demasiada frecuencia hacemos gala de nuestro orgullo y de
nuestra pretendida autosuficiencia. Nos engañamos a nosotros mismos. Hemos de
confesar que nuestra vida está marcada por la necesidad, la desorientación y el
desamparo.
• “Porque quien
pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre”. Tanto la presunción
como la desesperación nos impiden caminar. Pero la causa humana no está
perdida. Basta reconocer con humildad nuestra deficiencia y dirigirnos
confiadamente a Dios. Esos versos en pasiva evitan su santo nombre, pero
prometen que al que llama Dios le abre.
- Padre de los
cielos, Abrahán nos dio ejemplo de confianza en tu misericordia. Y Jesús nos ha
enseñado a confiar en tu bondad. Creemos que la verdadera cosa buena que puede
alcanzar de ti nuestra oración es el Espíritu de tu Hijo y nuestro hermano.
D. José-Román
Flecha Andrés
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