Domingo 7 de Julio de 2013. 14º Tiempo Ordinario, C.
El exilio en Babilonia había sido
largo. En el fondo del corazón de los hebreos seguía bullendo la nostalgia de
la patria. Algunos se acomodaron a las circunstancias y procuraron olvidarse de
Jerusalén. Pero otros muchos tuvieron que luchar para que el destierro no les llevara
a perder la esperanza.
Tras el regreso de los
deportados, un profeta presenta a Jerusalén como una gran madre fecunda que
alimenta a sus hijos. Y les invita a festejar a su ciudad y alegrarse de su
alegría (Is 66, 10-14). Es más, les trasmite este oráculo de parte del
Señor: “Yo haré derivar hacia ella, como
un río la paz, como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones”.
La lección, que trasciende a
aquel momento, es que la historia humana abre siempre ante nosotros un libro.
En sus páginas, “Dios escribe derecho con líneas torcidas”. Aun el exilio y la
lejanía pueden ser el preludio del gran don de la paz. Gracias a él podemos
descubrir nuestra verdad más honda, la necesidad de tejer una sociedad más
justa, y la alegría de contar con la presencia y el consuelo del Señor.
EL ENVÍO
¡El don de la paz! Ese es el
inicio del mensaje que Jesús confía a los discípulos cuando los envía por
delante de él para que vayan preparando su subida a Jerusalén (Lc 10,
1-12.17-20). También nosotros hemos de ser consciente de la amplitud de la mies
y de la escasez de los obreros. Y no podemos ignorar las dificultades y los riesgos
que nos aguardan.
Ante la magnitud de la tarea, lo
primero que se nos ocurre es revisar los medios con los que podemos contar.
Recursos de personal, de financiación, de medios de comunicación. Sin embargo,
el Señor nos desconcierta: “No llevéis, talega, ni alforja, ni sandalias”. Esa
triple prohibición nos recuerda a Gedeón, enviado a dar la batalla con tan
pocos combatientes.
Pero siempre andamos discutiendo
sobre la cantidad de los recursos. Es interesante el comentario que ha escrito
la comunidad de Bose: “No basta tener pocos medios, es preciso ser pobres. No
basta proclamar el Reino de Dios, es preciso ser hombres de Dios. No basta
anunciar la paz, es preciso ser constructores de la paz”.
Jesús no envía a sus discípulos a
llevar a los necesitados comida, vestidos o dinero, sino que envía hombres sin
dinero, sin alforjas y sin calzado. Se dirá que son imágenes, pero algo se nos
quiere indicar con ellas. Lo único que tienen que llevar los enviados por Jesús
es el anuncio de que se acerca el Reino de Dios y que es preciso convertirse.
LA VUELTA
En una segunda escena, el
evangelio recuerda la vuelta de los discípulos después de aquel ensayo de
misión. Aparecen radiantes. Hablan y no terminan de contar los éxitos que han
ido recogiendo. Pero Jesús les invita a recordar lo esencial de la misión:
• “No estéis alegres porque se os
someten los espíritus”. Sabemos que el mal es poderoso y se encuentra por todas
partes. Pero “Dios es el más fuerte”, exclamaba el Papa Francisco en la
audiencia del 12 de junio pasado. La alegría de los enviados por el Señor no se
fundamenta en los pequeños éxitos en la lucha contra el Goliat de nuestro
mundo. No somos nosotros los salvadores de la historia humana.
• “Estad alegres porque vuestros
nombres están inscritos en el cielo”. Ya sabemos que el cielo es la metáfora de
Dios. La alegría de los enviados sólo tiene un motivo: saber que Dios mismo los
conoce. Nos llena de sencilla y humilde alegría saber que Dios quiere contar
con nosotros para conseguir el mundo de paz que ha soñado.
- Señor Jesús, que nos has
elegido para transmitir tu mensaje de vida y salvación. Ayúdanos a aceptarlo y
vivirlo con sencilla coherencia, para que podamos ser mensajeros de tu paz.
Amén.
D. José-Román Flecha
Andrés
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