domingo, 20 de enero de 2013

21 DE ENERO. FESTIVIDAD DE SANTA INÉS

SANTA INÉS, VIRGEN Y MÁRTIR,
COTITULAR DE LA PARROQUIA DE VILLA DEL RÍO




Su nombre latino es Agnes, asociado a "agnus" (cordero). En torno a ella surgió la costumbre de los corderos blancos de cuya lana se hacen palios para dignatarios eclesiásticos.

Inés, mártir nacida y martirizada en Roma en la primera mitad del siglo IV.

Los pocos datos que se tienen de ella dieron lugar a varias leyendas piadosas en torno a su martirio. Según la más difundida, ella era una joven hermosa y rica, pretendida en matrimonio por muchos nobles romanos. Por no aceptar a ninguno, aduciendo que estaba ya comprometida con Cristo, fue acusada de ser cristiana. Llevada a un prostíbulo, fue protegida por unos ángeles y señales celestes. Fue entonces puesta en una hoguera que no la quemó y, luego, decapitada en año 304 A.D. La hija de Constantino (Constantina) le erigió una basílica en la Vía Nomentana y su fiesta se comenzó a celebrar a mediados del siglo IV.

Escritores antiguos, como el Papa Dámaso, Ambrosio de Milán y el poeta Aurelio Prudencio, dejaron testimonios sobre Santa Inés.


Patrona de las jóvenes, de la pureza, de las novias y prometidas en matrimonio y de los jardineros, ya que la virginidad era simbolizada con un jardín cerrado.


Iconografía: niña o señorita orando, con diadema sobre la cabeza y una especie de estola sobre hombros (alusión al palio). Como atributos: un cordero (a sus pies o en sus brazos), evocación de su nombre latino; una pira, espada, palma y lirios, en alusión a su pureza y martirio.

Su nombre entró al canon o plegaria eucarística primera.

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LOS PROFESORES Y ALUMNOS DEL ALMO COLEGIO CAPRÁNICA. Vaticano, 20 de enero de 2012.


Santa Inés es una de las famosas jóvenes romanas que han ilustrado la belleza genuina de la fe en Cristo y de la amistad con él. Su doble título de virgen y mártir recuerda la totalidad de las dimensiones de la santidad. […]

 Martirio —para Santa Inés— quería decir la aceptación generosa y libre de entregar su vida joven, en su totalidad y sin reservas, para que el Evangelio fuera anunciado como verdad y belleza que iluminan la existencia. En el martirio de santa Inés, aceptado con valor en el estadio de Domiciano (+305), resplandece para siempre la belleza de pertenecer a Cristo sin vacilaciones, confiándose a él. Todavía hoy, a cualquiera que pase por la plaza Navona la imagen de la santa desde el frontispicio de la iglesia de Santa Inés in Agone le recuerda que nuestra ciudad está fundada también sobre la amistad con Cristo y el testimonio de su Evangelio de muchos de sus hijos e hijas. Su generosa entrega a Él y al bien de los hermanos, es un componente primario de la fisonomía espiritual de Roma.


Con el martirio Inés sella también el otro elemento decisivo de su vida, la virginidad por Cristo y por la Iglesia. El don total del martirio se prepara, de hecho, con la decisión consciente, libre y madura de la virginidad, testimonio de la voluntad de ser totalmente de Cristo. Si el martirio es un acto heroico final, la virginidad es fruto de una prolongada amistad con Jesús madurada en la escucha constante de su Palabra, en el diálogo de la oración y en el encuentro eucarístico. Inés, todavía joven, había aprendido que ser discípulos del Señor quiere decir amarlo poniendo en juego toda la existencia. Este título doble —virgen y mártir— recuerda a nuestra reflexión que un testigo creíble de la fe debe ser una persona que vive por Cristo, con Cristo y en Cristo, transformando su vida según las exigencias más altas de la gratuidad. […]


Que vuestro compromiso de hoy, con la intercesión de Santa Inés, virgen y mártir, y de María Santísima, Estrella de la evangelización, contribuya a la fecundidad de vuestro ministerio. De corazón os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica. Gracias.


DE LA HOMILÍA DEL BTO. JUAN PABLO II EN LA MISA  DEL COLEGIO 
DEL ALMO COLEGIO CAPRÁNICA, DE ROMA. 21 de enero de 1980


Con su trayectoria de virginidad y martirio, Santa Inés ha suscitado en el pueblo romano y en el mundo una ola de emoción y admiración que el tiempo no ha conseguido extinguir. Impresionan en ella la madurez de juicio a pesar de su poca edad, la firmeza de decisión no obstante la impresionabilidad femenina, y la valentía impávida en medio de las amenazas de los jueces y la crueldad de los tormentos.


San Ambrosio manifestaba ya su asombro con las conocidas palabras que nos ha propuesto la liturgia en el Oficio de las lecturas: "¿Es que en aquel cuerpo tan pequeño cabía herida alguna...? A esta edad las niñas no pueden soportar ni la severidad del rostro de sus padres, y si distraídamente se pican con la aguja se ponen a llorar como si se tratara de una herida. Pero Inés queda impávida entre las sangrientas manos del verdugo" (De virginibus, I, 2, 7: PL 16, 190).


Como cordero frágil y candoroso ofrecido en don a Dios, Inés dio el testimonio supremo de Cristo con el holocausto cruento de su vida joven. […]


La imagen de esta niña heroica nos lleva espontáneamente con el pensamiento a las palabras de Jesús en él Evangelio: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos. Sí, Padre, porque así te plugo" (Mt 11, 25-26). "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra", en estas palabras solemnes se siente como el paso de un estremecimiento de júbilo. Jesús ve a lo lejos, ve a lo largo de los siglos la multitud de hombres y mujeres de toda edad y condición que se adherirán con gozo a su mensaje. E Inés está entre ellos.


Una característica les ensambla: son pequeños, es decir, sencillos, humildes. Y así ha sido desde el principio: "Los pobres son evangelizados" (Lc 7,22), dijo Jesús a los mensajeros de Juan, y su primer "bienaventurados" lo ha reservado a ellos (Mt 5,3). Es la gente humilde, rechazada y despreciada la que le entiende y corre tras Él. Con esta gente Jesús establece entendimiento inmediato; es gente convencida de no saber ni valer nada, convencida de necesitar ayuda y perdón; por ello, cuando Él habla de los misterios del Reino y cuando dice que ha venido a traer el perdón de Dios y la salvación, encuentra en ellos el corazón abierto para comprenderlo.

No así los "sabios" y los "inteligentes"; éstos se han formado su propia visión de Dios y del mundo, y no están dispuestos a cambiarla. Creen saber tocho acerca de Dios, creen poseer la respuesta decisiva y piensan que no tienen nada que aprender; por ello rechazan la "Buena Nueva" que de este modo aparece extraña y en contraste con los principios de su "Weltanschauung-ideología". Es un mensaje que propone ciertos cambios radicales paradójicos que su "buen sentido" no puede aceptar.

Así ocurría en tiempos de Jesús y en los de Santa Inés; así acontece hoy también e incluso hoy de modo particular. Vivimos en una cultura que todo lo somete a análisis crítico, y muchas veces lo hace absolutizando criterios parciales, incapaces por naturaleza de percibir ese mundo de realidades y valores que escapa al control de los sentidos. Cristo no pide al hombre que renuncie a su razón. Y, ¿cómo podría pedírselo si ha sido Él quien se la ha dado? Lo que le pide es no ceder ante la sugerencia, ya vieja, del tentador que sigue deslumbrándolo con la perspectiva engañosa de llegar a ser "como Dios" (cf.Gén 3,5). Solamente quien acepta los propios límites intelectuales y morales y se reconoce necesitado de salvación, puede abrirse a la fe y en la fe encontrar en Cristo a su Redentor.

Un Redentor que le sale al encuentro en actitud de esposo. Tenemos bien presentes las estupendas expresiones del texto de Oseas que acabamos de escuchar: "Seré tu esposo para siempre, y te desposaré conmigo en justicia, en juicio, en misericordias y piedades, y yo seré tu esposo en fidelidad, y tú reconocerás al Señor" (Os 2,21-22). Es la anticipación del anuncio de la nueva alianza que Dios se apresta a concertar con su pueblo: un pacto de amor eterno no fundado ya en la fragilidad del hombre, sino en la justicia y fidelidad de Dios.


Son palabras dirigidas a la Iglesia, pero contienen también una verdad para cada alma. Inés las acogió como invitación personal a la entrega sin reservas, Aceptó salir "al desierto" (Os 2, 16) con el esposo divino y siguió caminando con El sin dejarse desviar ni por adulaciones ni por amenazas; puesta la prueba "et ætatem vicit et tyrannum; et titulum castitatis martyrio consecravit-y la edad venció al tirano; y el título de la castidad consagró el martirio" (San Jerónimo, epístola 130 ad Dmetriadem, 5; PL 22, 1109).


La opción de Santa Inés es asimismo la vuestra, queridos hijos. También vosotros habéis decidido amar a Cristo con "corazón indiviso" (cf.1Cor 7,54), conscientes de las riquezas de gracia que os reserva esta donación total. Sin embargo, como jóvenes perspicaces que sois, no se os ocultan las dificultades a que os expone esta opción. Sabéis que podrán llegaros contradicciones e incomprensiones, oposiciones y hostilidades incluso, tanto más dolorosas cuanto más subrepticias y engañosas.


Queridísimos: estas perplejidades son muy comprensibles. Pero, ¿no os parece que en las palabras de San Pablo presentadas en la segunda lectura se os da una respuesta capaz de confortar el corazón despavorido y titubeante? "Eligió Dios la necedad del mundo para confundir a los sabios y eligió Dios la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes; y lo plebeyo, el deshecho del mundo, lo que no es nada lo eligió Dios para destruir lo que es, para que nadie pueda gloriarse ante Dios" (1Cor 1,27-29).


Es una línea de conducta que Dios no ha desmentido nunca. ¿Acaso no es nueva prueba de ello toda la trayectoria de Inés que hoy estamos recordando? A través de la debilidad e inexperiencia de una jovencita frágil, Dios se ha mofado de la arrogancia de los potentes de este mundo, presentando un testimonio sorprendente de la fuerza victoriosa de la fe: "magna vis fidei, quæ etiam ab illa testimonium invenit ætate- gran poder el de la fe, que encuentra el testimonio desde aquella edad" (San Ambrosio, De virginibus I, 2, 7: PL 16,190).


La sugerencia está clara, por tanto; no nos debemos mirar tanto a nosotros mismos cuanto a Dios, y en Él debemos encontrar ese "suplemento" de energía que nos falta. ¿Acaso no es ésta la invitación que hemos escuchado de labios de Cristo: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (Mt 11;28)? Es Él la luz capaz de iluminar las tinieblas en que se debate nuestra inteligencia limitada; Él es la fuerza que puede dar vigor a nuestras flacas voluntades; Él es el calor capaz de derretir el hielo de nuestros egoísmos y devolver el ardor a nuestros corazones cansados. Siguiendo a Santa Inés, que nos indica el camino, vayamos pues a Cristo para experimentar nosotros también que "su yugo es suave y su carga ligera" (cf. Mt 11,50), y nuestro inquieto corazón, haciéndose "manso y humilde" (Mt 11,29), encontrará finalmente alivio y paz.

Texto enviado por nuestro paisano y Hermano Cartujo Fray Luis Mª.

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