lunes, 21 de mayo de 2012

LA ASCENCIÓN DEL SEÑOR

20 de mayo de 2012. Domingo 7º del Tiempo Pascual. Ascención del Señor.




  En la primera lectura de este día todos los años nos cuenta san Lucas en los Hechos de los Apóstoles la subida de Jesús al cielo: un hecho contemplado por testigos, pero que no deja de ser un misterio. Es un suceso querido por Jesús para que sirva de enseñanza simbólica y visual de la verdadera Ascensión que para Jesús fue en el momento de la Resurrección. Por el hecho de resucitar, ya Jesús vuelve al Padre y “está sentado a su derecha”. Esto significa que ya goza de toda la grandeza y gloria de Dios. Hoy es el día de la expresión de esa glorificación total de Jesús.

Durante 40 días Jesús se fue apareciendo a los apóstoles instruyéndoles más sobre las cosas que ya les había enseñado. No es que estuviera en un lugar determinado escondido. Estaba ya con su Padre en el cielo, pero se hacía presente durante un tiempo para reafirmar la fe de los suyos. Al final les envía a predicar por todo el mundo. La Ascensión de Jesús al cielo y el envío de los apóstoles son inseparables. Allí no sólo estaban los apóstoles, sino varios sucesores y simbólicamente toda la Iglesia. Hay una unión total entre la misión evangelizadora de Jesús y la continuación de esa misión en la Iglesia. Para el apostolado nosotros nos apoyamos en Jesús, vencedor de la muerte, que se fue al cielo, pero permanece con nosotros. El es nuestra esperanza, pero es también nuestra seguridad de que nos acompaña con su Espíritu.

En particular para cada uno la Ascensión nos enseña que en la vida hay que mirar a la realidad de la vida, como los ángeles dijeron a los apóstoles; pero hay que mirar también al cielo. La realidad nos dice que muchos miran demasiado sólo a las cosas terrenas y por ello se pueden marear. Nos puede pasar como a aquel joven marinero que debía arreglar algo en el mástil del barco en un día de tormenta. Según iba subiendo se mareaba viendo el agitar de las olas. El capitán se dio cuenta y le gritó: “Mira hacia arriba, siempre hacia arriba”. Así pudo realizar con éxito su trabajo. En nuestra vida encontramos muchas dificultades y situaciones, a las que no vemos sentido. Tenemos que mirar más hacia arriba, donde está Cristo esperándonos.

En este año, ciclo B, el evangelio es de san Marcos. Es el final. Nos dice cómo Jesús se fue al cielo y los apóstoles cumplieron su mandato de ir predicando por el mundo. Jesús les había prometido que harían muchos prodigios. Y así fue. Desde siempre ha habido prodigios externos; pero muchos más son los prodigios internos, en lo interior del corazón. Dice san Agustín que en un tiempo la Iglesia necesitaba más de estos prodigios externos, como un “arbolito” necesita el riego externo. Cuando ese arbolito se hace corpulento ya no necesita el riego. Comparado con la Iglesia podemos decir que el hecho mismo histórico de la Iglesia ya es un prodigio.

Nosotros debemos seguir a Jesús “creyendo” en su Evangelio. Hoy les habla Jesús a los apóstoles de la importancia de la fe: si creemos en sus enseñanzas, estaremos salvados; pero si le damos la espalda, estaremos perdidos. Creer es seguirle y amarle. A veces podemos ver señales externas; pero sobre todo le debemos ver en el corazón.

Hoy es un día para crecer en la esperanza de una felicidad eterna, usando con rectitud los medios que tenemos en la tierra. Debemos buscar el bien aquí, pero siempre sabiendo que la felicidad plena sólo se encuentra con Cristo en el cielo. Sólo El puede dar pleno sentido a la vida. Por eso no nos dejemos aprisionar por la materia. Hay algo más que la historia, que la materia y el tiempo. Nuestra meta está donde está Dios. Sólo Dios puede llenar el alma. En la oración principal de la misa de este día se pide y espera que donde está Cristo, que es nuestra Cabeza, estemos también nosotros que somos miembros de su cuerpo.

El triunfo de Jesús debe ser también nuestro triunfo; pero sabiendo que es diferente del triunfo material y humano; porque aquí se triunfa cuando otros pierden, mientras que cuando triunfa Jesús, todos salimos ganando.


Un poco de historia bíblica

La solemnidad de la Ascensión del Señor, conserva el simbolismo del número cuarenta. Como el pueblo de Dios anduvo cuarenta años en su Éxodo de Egipto hasta llegar a la tierra prometida, así Jesús cumple su éxodo pascual hasta ir al Padre en cuarenta días de apariciones y enseñanzas. La Ascensión expresa la dimensión de exaltación y glorificación de la naturaleza humana de Jesús como contrapunto a la humillación padecida en el suplicio y la muerte.

Los cuarenta días pascuales o cuarenta años de peregrinar por el desierto significan el tiempo clave de purificación y lucha en la vida de un pueblo o de una persona.

Los apóstoles necesitaron un tiempo de cuarentena para asimilar el paso de una vida acompañados de Jesús a una vida con Jesús "resucitado". Ahora les toca ir al mundo entero y proclamar el evangelio a toda la Humanidad.

Para quienes se quedan parados Jesús asciende al Cielo; para los que se ponen en marcha, Jesús va con ellos.


Acerquémonos al Jesús que acompaña
Jesús resucitado, celebramos hoy tu libertad más plena: espacio y tiempo han sido superados por tu nueva vida que nos sigue guiando.

El Padre, tu Padre y nuestro Padre, nos trajo contigo la buena noticia de su amor. Contigo curaba enfermos y liberaba de toda esclavitud.Contigo proclamaba el Año de Gracia y Reconciliación.
Él te llevó al desierto de nuestro mundo para sembrarlo de su amor.
Él te acercó a los más necesitados para curarles y restablecerles.
Él te sostuvo hasta la muerte en su amor universal y gratuito; amor que vive y muere entregado al bien de sus hermanos.

Tu Jesús resucitado, sigues viviendo el amor de Dios en acción; invitas a sentirnos aceptados y amados como el Padre nos ama y nos acepta.

"La Ascensión a los cielos, pasa por el descenso a los enfermos, los marginados, los empobrecidos..."
Revista Homilética 

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