sábado, 3 de junio de 2017

EL DON DEL ESPÍRITU


Reflexión homilética para la Festividad de Pentecostés. Domingo 4 de Junio de 2017.

“Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu los movía a expresarse”. Ese parece ser el primer efecto de la efusión del Espíritu sobre los discípulos del Señor en el día de Pentecostés (Hech 2,4).

El orgullo de querer ser como dioses había llevado a los hombres a la confusión de las lenguas. La humildad de los que han pasado por la prueba de ver morir a su Maestro y por el trance del miedo les lleva a unirse ahora en la misión de anunciar el mensaje del Señor.

El Espíritu se presenta con las imágenes del viento y del fuego. Arrastra las semillas y calienta los corazones. La efusión del Espíritu indica el ideal de la humanidad. Y representa también la plenitud de la Ley.

El Espíritu es el motor y garante de la unidad, el maestro de la oración, el impulsor de la misión. Nos llena de alegría leer que, según el apóstol Pablo, todos nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos recibido un mismo Espíritu en el bautismo a fin de formar un solo cuerpo (1Cor 12,13).

LA PAZ

El texto evangélico que se proclama en esta solemnidad de Pentecostés (Jn 20,19-23) nos recuerda la primera manifestación del Resucitado a sus discípulos, reunidos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. La visita de Jesús les trajo la paz, los llenó de alegría y los preparó para el envío.

La paz no era tan solo la tranquilidad en el orden como decían los filósofos, los políticos y los estrategas. La paz que anunciaba el Cristo era la certeza de que se cumplían las antiguas promesas. Era la plenitud de los dones de Dios.

La alegría no era una simple superación de la angustia y del temor que había dispersado en huida a sus discípulos al ver a su Maestro apresado por la guardia de los sumos sacerdotes. La alegría era el fruto de la presencia del Señor resucitado.

Y el envío no era sólo la huida para poder liberarse de la persecución a la que serían sometidos muy pronto. Era la participación en la misión de su Señor. Era la ocasión para ser testigos de la vida y del amor hasta los últimos confines de la tierra.

EL PERDÓN

Jesús se presenta de pronto ante sus discípulos, atemorizados y sorprendidos, y alienta sobre ellos. Pero el gesto es acompañado por unas palabras inolvidables:

“Recibid el Espíritu Santo”. El soplo de Dios que se cernía sobre las aguas en el alba del mundo es ahora el soplo del Resucitado que crea una nueva tierra y una nueva historia.

“A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonará”. Jesús no había venido a condenar, sino a salvar. En la nueva comunidad se hace presente el amor perdonador de Dios.

“A quienes retengáis los pecados, Dios se los retendrá”. Ante la continua tentación de justificarnos a nosotros mismos, todos necesitamos aceptar un juicio más imparcial.

Señor Jesús, sabemos que has entregado a tu Iglesia el don del Espíritu de la paz y del amor, de la gracia y del perdón. Te damos gracias. Y te pedimos que nos prepares para aceptar con diligencia el envío y la misión que tú nos confías. Amén. Aleluya.

                                                                                                                  D. José-Román Flecha Andrés

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