Reflexión homilética para la Solemnidad del Corpus Christi, A, Domingo 18 de Junio de 2017.
“Recuerda el camino que el Señor
tu Dios te ha hecho recorrer esos cuarenta años por el desierto… Él te afligió
haciéndote pasar hambre y después te alimentó con el maná, que tú no conocías
ni conocieron tus padres, para enseñarte que no solo de pan vive el hombre,
sino de todo cuanto sale de la boca de Dios” (Dt 8,2-3).
En los discursos del Deuteronomio
se invita a Israel a la fidelidad al Dios de la liberación. En este caso se le
recuerda el maná que sostuvo su dura peregrinación por el desierto. Aquel alimento
había de ser una prueba del amor y de la providencia de Dios hacia su pueblo.
Aún así, lo invitaba a reconocer el valor de la palabra de Dios.
Ante la indiferencia de algunos
cristianos de Corinto hacia las necesidades de sus hermanos, san Pablo les
recuerda que el cuerpo y la sangre de Cristo son fuente y estímulo de unión:
“El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo,
porque comemos todos del mismo pan” (1Cor 10,17).
ALIMENTO Y CAMBIO
El evangelio que se proclama en
esta fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo recoge una parte del
discurso que, después del reparto de los panes y los peces, Jesús pronunció en
la sinagoga de Cafarnaúm (Jn 6,51-58). En él sobresalen dos temas importantes.
A la Samaritana, Jesús se
revelaba como el que puede dar el agua de la vida. Ahora se revela como el pan
vivo que da la vida. Sólo él puede calmar nuestra sed y saciar nuestra hambre.
La carne y la sangre del Hijo del Hombre resumen su persona, su vida y su
enseñanza. Son verdadera comida y verdadera bebida. Ahí está la verdadera vida
y la promesa de la resurrección.
Jesús revela que su Padre vive y
él vive por el Padre. Del mismo modo, quien se alimenta de Cristo, vive de
Cristo, por él y en él. Como escribió Benedicto XVI, “no es el alimento
eucarístico el que se transforma en nosotros, sino que somos nosotros los que
gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente. Cristo nos alimenta
uniéndonos a él; nos atrae hacia sí” (Sacramentum caritatis, 70).
RECUERDO Y ESPERANZA
En el discurso de Jesús hay una
evocación del maná que alimentó a los hebreos. Y hay una promesa sobre la vida
que comporta el alimento que Cristo es para el creyente.
“Este es el pan que ha bajado del
cielo”. Los creyentes en Jesucristo no despreciamos el pan que nos viene de la
tierra y del trabajo humano. Pero recibimos y agradecemos como un don
impensable el Pan que nos ha venido del cielo, es decir de la bondad divina.
“No como el de vuestros padres
que lo comieron y murieron”. Los seguidores de Jesús valoramos el camino de
nuestros hermanos hebreos hacia la libertad. Pero sabemos y creemos que Cristo
es el nuevo maná que alimenta nuestro camino de liberación.
“El que come este pan vivirá para
siempre”. Los cristianos estimamos los deseos de vida y de progreso integral de
todos nuestros hermanos. Pero creemos que el cuerpo y la sangre de Cristo son
semilla de una vida que no tiene fecha de caducidad.
Señor Jesús, agradecemos y
veneramos el don de tu Cuerpo y de tu Sangre. En ellos recordamos tu entrega,
aprendemos a entregarnos por los demás y a vivir esperando tu manifestación
gloriosa.
D. José-Román Flecha Andrés
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