Homilía para el domingo 23 de Agosto de 2015. 21
Domingo Tiempo Ordinario B.
“Lejos de nosotros abandonar al
Señor para servir a dioses extranjeros!” Es conmovedor este grito de los
dirigentes de Israel. Según el libro de los Jueces, Josué reunió a las tribus
de Israel y les planteó el dilema más importante de su historia: la elección de
un Dios, y en consecuencia el tipo de cultura que pretendían adoptar (Jos 24,
1-18).
Servir a los dioses a los que
habían adorado sus padres en Ur de Caldea o adorar a los dioses de los
cananeos, que habian encontrado en la tierra prometida. Esa era la cuestión. Había que situarse entre
la memoria de un pasado remoto y la difícil convivencia que ya se presentía
para el futuro.
Pero Josué había vivido en
Egipto, había sido fiel a Moisés, y con Caleb había explorado la tierra
prometida y ofrecido esperanzas a su pueblo. Él había pasado el Mar Rojo y
había atravesado el Jordán. Era un testigo de la alianza y de la fidelidad de
Dios. Y por eso dio el testimonio de su opción: “Yo y mi casa serviremos al
Señor”.
Esa firmeza del jefe y la memoria
de la liberacion obrada por Dios son los grandes motivos que llevan al pueblo a formular su propia
confesión de fe: “¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses
extranjeros! El Señor es nuestro Dios… También nosotros serviremos al Señor”.
EL PAN Y LA ENTREGA
También en el evangelio que hoy
se proclama, se evoca una tensión y una seria interpelación (Jn 6, 60-69). En
el discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, que sigue a la distribución
de los panes y de los peces, Jesús ha
escandalizado a “muchos” de sus discípulos. No pueden aceptar la idea de “comer la carne” del Hijo del hombre y
“beber su sangre”, para tener vida verdadera.
El texto incluye una enseñanza de
Jesús sobre el fundamento último de la fe: “El espíritu es quien da vida, la carne
no sirve de nada”. Pero las palabras de Jesús son espíritu y vida. Quien se
aleja de Jesús es que no ha acogido de verdad esas palabras de vida. Esa era,
es y será siempre la tentación de los discípulos de Jesús.
Nos impresiona la nota que añade
el evangelista: “Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo
iba a entregar”. La frase que sigue tiene una clara conexión con lo anterior:
“Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”.
Creer en Jesús e ir a Él se identifican. Las dos decisiones son imposibles para
el hombre si no cuenta con la gracia del Padre.
Quien no cree y no va a Jesús
termina alejándose de él. No olvidemos que no son los jefes de los judíos
quienes lo abandonan. Son sus propios discípulos quienes se echan atrás y no
vuelven a ir con el Maestro, aunque Él los ha alimentado con el pan y les ha
explicado el sentido y el alcance de su entrega.
LA ALEGRÍA Y LA VIDA
Ante la deserción de “muchos
discípulos”, Jesús pregunta directamente a los doce apóstoles que Él ha elegido
personalmente: “¿También vosotros queréis marcharos?” Esa interpelación tiene
una dramática actualidad también en nuestros tiempos. Una vez más, la respuesta
de Pedro representa a toda la Iglesia.
“Señor, ¿a quién vamos a acudir?”
Muchos cristianos piensan que por el hecho de creer están haciendo un gran
favor a Dios. No se dan cuenta de que en nada ni en nadie podrán hallar refugio
y ayuda si no es en el Señor.
“Tú tienes palabras de vida
eterna”. Para el cristiano las palabras de Jesús son fuente de vida. Como ha
escrito el Papa Francisco, “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida
entera de los que se encuentran con Jesús”.
“Nosotros creemos y sabemos que
tú eres el Santo consagrado por Dios”. Los cristianos hemos de estar dispuestos
a repetir esta confesión de fe en Jesucristo. Ese es nuestro testimonio. La fe
sólo se conserva cuando se aúna y se comparte.
Señor Jesús, tus palabras
alientan y alimentan nuestra vida. Sin ti nuestra existencia sería triste y
mortecina. No permitas que nos apartemos de ti. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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