Homilía para el Domingo 31 de Mayo de 2015. Solemnidad de la
Santísima Trinidad, B.
“Reconoce hoy y medita en tu
corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en
la tierra, no hay otro”. Así habla Dios a Moisés, Según el libro del
Deuteronomio que hoy se lee en la misa (Dt 4,32-34.30-40). Estas palabras no están
aisladas. Hay que leerlas en el contexto de lo que las precede y las continúa.
Antes de ellas está el recuerdo
de tres maravillas que Dios ha realizado: la creación del mundo, los prodigios
que llevó a cabo para liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto, y la
revelación de su voluntad en el monte Sinaí.
Lo que sigue a esta proclamación
del Dios único corresponde al hombre: guardar los mandamientos de Dios. A esa
fidelidad a lo que Dios prescribe seguirá la felicidad para la familia y la
prosperidad en la tierra que Dios le concede.
Como dice el Papa Francisco en su
exhortación La alegría del Evangelio, los cristianos “creemos, junto con los
judíos, en el único Dios que actúa en la historia, y acogemos con ellos la
común Palabra revelada. (EG 247).
EL BAUTISMO
Pero, en el mismo documento, el
Papa da un paso más para recordar lo específico de la fe cristiana: “El
Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo, transforma nuestros corazones y
nos hace capaces de entrar en la comunión perfecta de la Santísima Trinidad,
donde todo encuentra su unidad. Él construye la comunión y la armonía del
Pueblo de Dios. El mismo Espíritu Santo es la armonía, así como es el vínculo
de amor entre el Padre y el Hijo (EG 117).
Esta fe en la Trinidad Santa de
Dios hunde sus raíces en las palabras de Jesús que hoy se proclaman en el
evangelio (Mt 28,16-20). Jesús resucitado había dado cita a sus discípulos en
un monte. Desde allí los envía por el mundo a anunciar su palabra y a bautizar
a las gentes “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Bien sabemos que el nombre
significa, indica y revela a la persona. Así que hemos sido lavados, inmersos e
incorporados en la bondad misericordiosa del Padre, en la cercanía y la
salvación de Jesús, que es Camino, Verdad y Vida, y en la verdad y el amor que
nos comunica el Espíritu Santo.
LA FE Y EL CAMINO
Nuestra fe en la Trinidad Santa
de Dios no puede quedar en una mera afirmación teórica. Nuestra fe en el Dios
trino y uno es la fuente de nuestros valores, de nuestros compromisos y de
nuestras esperanzas.
El Papa Pablo VI sacaba ya cinco
importantes consecuencias: “De aquí parte nuestro vuelo al misterio de la vida
divina, de aquí la raíz de nuestra fraternidad humana, de aquí la captación del
sentido de nuestro obrar presente, de aquí la comprensión de nuestra necesidad
de ayuda y de perdón divinos, de aquí la percepción de nuestro destino
escatológico”.
Es evidente que esta fe
trinitaria ya ha tenido un comienzo en la profesión de fe bautismal. Pero ha de
ir recorriendo un camino de oración contemplativa y de acción y testimonio
diario. Y ha de alcanzar un día su culminación en la gloria eterna de Dios.
Padre nuestro que estás en los
cielos, te damos gracias por la luz de tu palabra que nos ha sido revelada en
Jesucristo y por el amor a nuestros hermano que el Espíritu suscita en nuestros
corazones. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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