Homilía para el Domingo 10 de mayo de 2015. 6º de Pascua. B.
“Está claro que Dios no hace distinciones:
acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea”. Con
esas palabras se presenta Pedro ante el centurión Cornelio, según se nos cuenta
en la primera lectura de la misa de hoy
(Hech 10,25-48).
Seguramente hoy nos resultan
bastante lógicas esas palabras. Pero hemos de preguntarnos qué asombrosa
conversión ha debido operar el Espíritu de Dios en la mente y en el corazón de
aquel pescador de Galilea.
De paso, podemos reflexionar
sobre nuestras dificultades para aceptar a los demás y para anunciarles con
gozo, respeto y esperanza el mensaje de Jesús. Un mensaje universal de
salvación, de gracia y de justicia.
Evidentemente, todos necesitamos
recibir la luz y la fuerza de un nuevo Pentecostés. No será posible la nueva evangelización si no
nos ayuda la gracia del Espíritu Santo.
EL PUENTE DEL AMOR
Esa visión universal es fruto del
amor, al que se refiere la palabra de Jesús que se proclama en el evangelio de
este domingo sexto de Pascua. (Jn 15,9-17). El texto sigue a la alegoría de la
vida y los sarmientos, que hemos meditado el domingo anterior. El que hoy se
nos propone es inmensamente rico:
Jesús nos revela el amor que le
une a su Padre celestial. Un amor que no le cierra en sí mismo, puesto que
quiere comunicarlo a sus discípulos. Jesús se nos muestra como el puente por el
que nos llega el amor del Padre.
A los discípulos Jesús les deja
como don y como herencia un único mandamiento: el mandamiento del amor.
Permanecer en el amor es la clave para saber que permanecemos en el amor de
Dios.
Pero el mandamiento del amor no
puede ser concebido como un peso. Es una liberación. Es la clave de nuestra
realización personal y de la construcción de una comunidad armónica. Es la
fuente de la alegría que Jesús nos comunica.
EL AMOR MÁS GRANDE
Ahora bien, de sobra sabemos que
el amor es una palabra que puede significarlo todo y no significar nada. Hace
falta una piedra de toque para conocer su verdad. Y Jesús nos la ofrece: “Nadie
tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.
El amor más grande no se
manifiesta en la compasión puntual y pasajera ante los desastres provocados por
un terremoto o ante el drama espantoso de la inmigración reducida a un tráfico
de esclavos.
El amor más grande tampoco puede
ser identificado con una ayuda voluntariosa y pasajera. Jesús no nos ha enviado
para identificarnos con una “organización no gubernamental”, como advierte el
Papa Francisco.
Jesús manifestó el amor más
grande al entregar su vida por nosotros. Pedro aceptaba ampliamente a Cornelio,
el centurión romano. Y un día habría de entregar su vida a manos de los
romanos.
Señor Jesús, te damos gracias
por habernos revelado el amor del Padre y habernos iniciado en el mandamiento
del amor. ¡Bendito seas por siempre! Aleluya.
D. José-Román Flecha Andrés
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