Homilía para el Domingo 17 de Mayo de 2015. Solemnidad de la
Ascensión del Señor, B.
“Galileos, ¿qué hacéis ahí
plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al
cielo, volverá como le habéis visto marcharse”. Los apóstoles contemplaban a su
Maestro irse hacia los cielos. De pronto, una nube se lo quitó de la vista. Y
dos hombres vestidos de blanco los increparon con esas palabras (Hech 1,11).
A los cristianos nos condenan a
veces por mirar a los cielos y despreciar este suelo. Al menos, eso dicen. Pero
otras veces nos acusan de mezclarnos en los asuntos de esta tierra, en la que
compartimos gozos y esperanzas con nuestros vecinos. La clave es el modo como
vivimos la esperanza. El Señor no se ha ido de esta tierra. En ella esperamos
su manifestación.
A los sesenta años de la muerte
de Teilhard de Chardín, recordamos una frase vibrante que nos dejó al final de
su libro “El Medio divino”: “Cristianos, encargados tras Israel de conservar
siempre viva sobre la tierra la llama del deseo, tan sólo veinte siglos después
de la Ascensión, ¿qué hemos hecho de la espera?”.
EL EVANGELIO Y EL MUNDO
Jesús no quería que la espera se
confundiera con la pasividad del aguardo. Con su ascensión a la gloria de Dios
nos dejaba un encargo inesquivable. El evangelio que se proclama en esta fiesta
de la Ascensión del Señor nos recuerda el último encargo que Jesús nos dejó:
“Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15).
La fe sólo se conserva cuando se
comunica. Creer es crear. Proclamar el evangelio es la primera tarea del que
cree que esa buena noticia de salvación es también el camino para la
humanización de la persona y de la sociedad.
La esperanza sólo se mantiene
cuando se contagia y nos lleva a la acción. Esperar es operar. Y ponerse en
camino hacia las últimas periferias de la tierra, como repite el Papa Francisco
una y otra vez.
Y el amor no puede ser verificado
si no se traduce en gestos visibles y en obras concretas. El amor no es sólo un
sentimiento. Es, sobre todo, un compromiso con toda la creación: con el ser
humano y con la casa del mundo en el que vive.
LA FE Y LOS SIGNOS
El evangelio de Marcos concluye
con una anotación en la que se da cuenta de la fidelidad con la que los
apóstoles cumplieron el último mandato del Señor: “Ellos fueron y proclamaron
el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la
palabra con los signos que los acompañaban”.
A lo largo de dos milenios, los
discípulos del Señor han llevado el Evangelio de Jesús a todos los rincones de
la tierra. Los discípulos actuales no podemos silenciar esta Palabra.
Los evangelizadores no estamos
solos. Y no estaremos solos al proclamar el Evangelio. El Señor nos precede y
nos acompaña con su luz y con su fuerza.
Algunos dicen que los discípulos
de Jesús no hemos hecho nada por este mundo. No es verdad. Ahí están los signos
de convivencia y de progreso en los que se ha manifestado la fe.
Señor Jesús, en la solemnidad
de tu Ascensión a los cielos miramos a lo alto para contemplar tu gloria. Pero
también miramos a esta tierra a la que tú nos has enviado. Sabemos que tú vas
con nosotros y mantienes viva en nosotros la llama del deseo.
D. José-Román Flecha Andrés
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