Homilía para el Domingo 24 de Mayo de 2015. Solemnidad de Pentecostés, B,
“Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en
lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu Santo le sugería”.
En esta fiesta de Pentecostés celebramos la presencia del Espíritu de Dios en
la Iglesia (Hech 2,1-11). Una presencia que nos zambulle en la intimidad con
Dios y nos empuja también a acercar el Evangelio a nuestros hermanos..
La primera dimensión la subrayaba ya Santa Teresa con la
imagen del fuego, cuando escribía en sus Meditaciones sobre los Cantares: “El
Espíritu Santo debe ser medianero entre el alma y Dios y el que la mueve con
tan ardientes deseos que la hace encender con fuego soberano, que tan cerca
está” (5,5).
La segunda dimensión la ilustra el papa Francisco, al
afirmar que “en Pentecostés, el Espíritu Santo hace salir de sí mismos a los
apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada
uno comienza a entender en su propia lengua. El Espíritu Santo infunde la
fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia, en voz alta y en
todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente” (EG 1).
TRES ADEVERTENCIAS
El Evangelio de esta fiesta nos sitúa en el “primer día de
la semana”. Al amanecer de aquel día, las mujeres que acudieron al sepulcro lo
encontraron vacío. Ante el anuncio de las mujeres, los discípulos del Señor
experimentaron sentimientos de asombro y de alegría. Pero el miedo los había
encerrado en una casa, cuando entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a
vosotros”. (Jn 20,19). He ahí tres advertencias para la Iglesia de todos los
siglos.
Vino Jesús al encuentro de sus discípulos. De él había sido
la iniciativa de elegirlos y de llamarlos, para que le siguieran y estuvieran
con él. El resucitado no los olvida. Y de nuevo toma la iniciativa de acercarse
hasta ellos, aunque ellos le hayan abandonado.
Se colocó en medio de ellos. Juan Bautista había dicho: “En
medio de vosotros está uno a quien no conocéis” (Jn 1,26). Ahora se coloca
definitivamente “en medio” de sus discípulos el Maestro al que no reconocen.
Ese ha de ser su puesto en la comunidad para siempre.
Y les dirigió el saludo tradicional de la paz. Ese era su
don personal, como había anunciado a sus discípulos en su despedida (Jn 14,27).
Ese era el saludo que ellos habían de pronunciar al entrar en una casa (Mt 10,12).
Y esa era la promesa del Señor para la eternidad.
EL DON Y LA TAREA
Después de su saludo, el Resucitado exhaló su aliento sobre
sus discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis
los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan
retenidos” (Jn 20,23).
Recibir el Espíritu Santo. El autor de los dones es el don
primero del Señor Resucitado. El aliento que exhaló desde lo alto de la cruz,
es su propia vida. Una vida que ha entregado por nosotros. Una vida que
comparte con nosotros para que nosotros la entreguemos como él.
Perdonar los pecados. Jesús no ha venido al mundo para
condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (Jn 3,17). Sus
apóstoles son enviados a anunciar, como él lo hizo durante su vida, la gracia y
la misericordia de Dios.
Retener los pecados. Dios respeta y siempre respetará la
libertad de sus hijos. Pero los discípulos del Señor han de cumplir con la
misión de gracia que se les confía, advirtiendo a los hombres de los obstáculos
que ponen cada día a la salvación que se les ofrece.
– Señor Jesús, en la solemnidad de Pentecostés agradecemos
el don de tu Espíritu de amor y de vida. Que Él nos ayude a recordar cada día
tu mensaje de gracia y de perdón y a anunciarlo por todas partes con audacia y
esperanza. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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