Homilía para el Domingo 1 de Febrero de 2015. 4º del Tiempo Ordinario.
B.
“Suscitaré un profeta de entre
tus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca y él les dirá lo que yo
le mande” (Dt 18,18). Según el libro del Deuteronomio, con esas palabras
anuncia Dios el envío de un profeta semejante a Moisés. Como se ve, será un
profeta tomado de entre sus hermanos, es decir partícipe de la suerte de su
pueblo y comprometido con él.
Además, habrá de transmitir las
palabras del Señor para ser escuchado como su mensajero. Esa elección por parte
de Dios exige una fidelidad exquisita por parte del elegido. El mismo texto
añade que el profeta no deberá caer en la arrogancia de proclamar en nombre de
Dios aquello que Dios no le haya mandado.
Pero la fidelidad es don y tarea.
Un don de Dios en beneficio del pueblo. Y una tarea que atañe también a los que
escuchan o han de escuchar el mensaje del profeta enviado por Dios. Así lo
manifiesta el mismo oráculo del Señor que se recoge en el texto. “A quien no
escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas”.
LA AUTORIDAD
El evangelio de Marcos que hoy se
proclama (Mc 1, 21-28) nos presenta a Jesús en Cafarnaún, la ciudad costera del
lago de Galilea que él habría de convertir en la base de su misión. Es un
sábado y Jesus acude a la sinagoga. Cuando toma la palabra los asistentes
quedan admirados, porque enseña con autoridad.
La autoridad no puede confundirse
con el poder. El poder es transitorio, mientras que la autoridad permanece. El
poder viene determinado por un golpe de fuerza o por la veleidad de los que
eligen al gobernante. Pero la autoridad proviene del valor del mensaje y de la
coherencia del mensajero. El poder aplasta a las gentes, la autoridad las ayuda
a crecer .
La autoridad de Jesús se vincula
a su forma de enseñar y a su forma de actuar. Sus palabras son corroboradas por
sus acciones. En este caso, por la curación de un enfermo. En tiempos en que la
enfermedad se atribuye a un mal espíritu, Jesús demuestra su autoridad
liberando de él a este pobre paciente. La autoridad de Jesús se identifica con
la compasión.
LA CONFESIÓN
El evangelio de Marcos recoge los
gritos que dirige a Jesús el enfermo. Aquel marginado descubre en Jesús al
verdadero profeta que había sido prometido por Dios.
“Sé quien eres: el Santo de
Dios”. Cuando Pedro lo reconozca como el Mesías de Dios, Jesús lo proclamará
dichoso, porque esa revelación sólo puede venirle de Dios. Ahora Jesús se
limita a imponer silencio al enfermo. El Maestro no quiere ser identificado con
un curandero.
“Sé quien eres: el Santo de
Dios”. Cuando la Iglesia y cada uno de sus miembros se pregunten por lo más
importante en la evangelización, deberán recordar esta primera confesión de fe
que brota de las periferias existenciales del mundo, como dice el Papa
Francisco.
“Sé quien eres: el Santo de
Dios”. Cuando la humanidad descubra que la felicidad no se encuentra en la
ostentación del poder, sino en la escucha del mensaje profético que le propone
Jesucristo, habrá de prepararse a repetir este grito de la fe.
Señor Jesús, te reconocemos
como el Santo de Dios, como el Maestro que habla con autoridad y como el
testigo de la compasión de Dios. Bendito seas por siempre, Señor. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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