Homilía para el Domingo 25 de Enero de 2015. 3º Tiempo Ordinario, B.
“Levántate y vete a Nínive, la
gran capital, y pregona allí el pregón que te diré” (Jon 3,1). Esa es la orden
que el Señor dirige a Jonás. No era un encargo fácil. Nínive era una potencia
despiadada, que sometía a esclavitud a todos los pueblos que iba conquistando.
Exhortar a Ninive a convertirse, de parte de un Dios al que despreciaba,
parecía una tarea imposible.
No es extraño que Jonás trate de
ignorar la llamada de Dios y de huir lejos, exactamente en la dirección
contraria de la ciudad a la que Dios le envía. Jonas nos parece un profeta
desobediente, pero otros podrían calificarlo como un hombre realista y
prudente. Nadie puede ser obligado a meterse en la boca del lobo.
Sin embargo, contra todo
pronóstico, los ninivitas escuchan un mensaje en el que no cree el mensajero. Y
ante el arrepentimiento de Nínive, Dios se arrepiente del castigo que pensaba
enviar a la ciudad. Evidentemente, la misericordia de Dios es mayor que la
incredulidad humana.
LA LLAMADA
El evangelio que hoy se proclama
recuerda también una llamada. La escena nos sitúa en las orillas del lago de
Galilea. Jesús es todavía un desconocido en la región. Al pasar, encuentra a
Simón y a su hermano Andrés enfrascados en su tarea habitual. Son pescadores y
están echando el copo en el lago.
“Venid conmigo y os haré
pescadores de hombres” (Mc 1,17). Hemos escuchado muchas veces estas palabras.
Hoy nos resultan familiares, pero tuvieron que suscitar algunas preguntas en
aquel momento. ¿Quién era aquel personaje que invitaba a unos desconocidos a
seguirle? ¿Qué podía significar ser pescadores de hombres?
La escena puede explicarse por el
evangelio de Juan. Andrés era discípulo de Juan Bautista, había tenido ya un
encuentro con Jesús y lo había comentado con su hermano Simón. Y tal vez con
Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, que eran sus compañeros en las tareas de
la pesca. También a ellos dirige Jesús su llamada.
EL SEGUIMIENTO
Pero la escena que se desarrolla
junto al lago de Galilea es como una parábola en acción. Nos indica que la llamada
obedece a la iniciativa de Jesús. Y nos recuerda la respuesta de los que han
sido llamados por él:
Los cuatro pescadores dejaron sus
aperos de pesca y a sus familiares y compañeros. Abraham salió de su tierra y
dejó atrás a su parentela. Moisés dejó la tierra en la que había nacido y la
alta posición que ocupaba. También Jonás dejó su tierra y su comodidad. La
llamada de Dios relativiza nuestra instalación y posesiones y hasta nuestras
relaciones personales.
Los cuatro pescadores del lago
decidieron seguir a Jesús y se marcharon con él. Abraham, Moisés y Jonás,
siguieron la indicación del Dios que los enviaba a un futuro difícil y
arriesgado. La llamada de Dios exige de nosotros una generosa disponibilidad
para seguir los pasos de Jesús, acompañarlo por el camino y ser testigos de su
vida y su mensaje.
- Señor Jesús, queremos reconocer
tu paso junto a nosotros. Agradecemos tu llamada y nos disponemos a seguirte
con fidelidad en la misión. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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