Homilía para el Domingo 4 de Enero de 2014. 2 después
de Navidad, B.
“Desde el principio, antes de los
siglos, me creó, y no cesaré jamas… Eché raíces en un pueblo glorioso, en la
porción del Señor, en su heredad”. Estas palabras se ponen en boca de la
Sabiduría de Dios. Como se ve, ha sido personificada en el texto del libro del
Eclesiástico, que se proclama en la primera lectura de la misa de hoy (Eclo 24,1-4.12-16).
En un primer momento, la
Sabiduría se nos presenta como engendrada por el mismo Dios, antes del comienzo
del mundo. La Sabiduría de Dios precede al tiempo. Por tanto, acompaña al mismo
Dios desde toda la eternidad. Se identifica con él. Dios puede presentarse como
misericordia y justicia, pero también como sabiduría.
Pero en un segundo momento, se
nos dice que la Sabiduría ha sido enviada para habitar entre los hombres. El
texto proclama que la Sabiduría ha puesto su trono en Jerusalén. Desde allí
guía al pueblo elegido. Evidentemente, ese pueblo olvidaría su elección y
perdería su esplendor si tratara de ignorar la Sabiduría de Dios.
ETERNA Y TEMPORAL
En este segundo domingo del
tiempo de Navidad leemos siempre el comienzo del evangelio según San Juan (Jn
1,1-8). Las personas mayores recuerdan que antes del Concilio Vaticano II se
leía al final de todas las misas. Con ello se trataba de reflejar el valor y la
importancia de este texto para la vida cristiana. ¿Qué nos dice hoy a nosotros?
En primer lugar, es fácil
descubrir el paralelismo entre el Verbo de Dios y la Sabiduría de Dios. El
Verbo, es decir, la Palabra, estaba junto a Dios. Era Dios. La Palabra de Dios
es creadora de todo y a ella se encamina todo lo creado. La Palabra es vida, e
ignorarla nos lleva a la muerte. La Palabra es luz, de modo que sin ella
caminamos en tinieblas.
En segundo lugar, al igual que la
Sabiduría, tambien la Palabra ha bajado a nuestra tierra. Ha plantado su tienda
en el campamento de todos los que peregrinamos por este mundo. La Palabra de
Dios se ha hecho carne humana y ha habitado entre nosotros. Por eso, y solo por
eso, hemos podido contemplar su gloria.
En tercer lugar, esa Palabra de
Dios, eterna como Él y temporal como nosotros, se nos presenta con rasgos
humanos. Se identifica con el Hijo único de Dios. La fe cristiana reconoce en
Jesús de Nazaret la Palabra salvadora de Dios. Esa Palabra nos salva y nos
guía. Nos ilumina y nos interpela. Nos alienta cada día y nos juzgará en el
último día.
LA LEY Y LA GRACIA
Entre otras muchas riquezas, este
comienzo del Evangelio de Juan, nos ofrece una perla final: “La Ley se dio por
Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo”. El
misterio de la Navidad es el eje sobre el cual giran la antigua y la nueva
alianza.
“La Ley se dio por Moisés”. La
Ley no era un peso para Israel, al contrario, era un don que marcaba el camino
de la liberación. Un camino que Dios mismo había iniciado. Moisés era recordado
como el intermediario de la alianza entre Dios y su Pueblo. Ser fieles a la Ley
era la única posibilidad de ser libres.
“La gracia y la verdad nos han
llegado por medio de Jesucristo”. Esos dones de Dios no pueden ser rechazados
impunemente. La gracia y la verdad no pueden ser conseguidas por el simple
esfuerzo humano. Jesús es el intermediario de esta nueva alianza. Escuchar la
Palabra de Dios, que se ha hecho carne en Jesús, es el único camino para alcanzar
la vida verdadera.
- Señor Jesús, la Navidad nos ha
acercado al pesebre en el que descansas. Pero el misterio de la Palabra, que se
ha hecho carne en tu vida, nos lleva a aceptarte como la revelación de Dios al
hombre y como la revelación de lo que el hombre es y está llamado a ser.
Bendito seas por siempre. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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