Domingo 17 de Agosto de 2014. 20 del Tiempo Litúrgico Ordinario, ciclo A
“A los extranjeros que se han
dado al Señor… los traeré a mi Monte Santo y los alegraré en mi casa de
oración”. Así decía un oráculo introducido en el libro de Isaías (Is 56, 6-7).
Se dice con frecuencia que Israel odiaba a los extranjeros. Pero hay en los
profetas una tradición que proclama la
universalidad de la fe y de la salvación.
En este caso se propone que los
prosélitos extranjeros sean admitidos en la comunidad siempre que acepten la
alianza de Dios y se mantengan fieles a la fe y a los ritos propios de Israel.
Se percibe así que la comunidad
de Israel no está definida por la
herencia de la sangre sino por la comunión en la misma fe, en la misma oración
y en la misma esperanza.
EL ENCUENTRO
El evangelio recuerda el
encuentro de Jesús con la mujer cananea
(Mt 15,21-28). Su gesto y su grito la identifican como la mujer
dolorida, la orante tenaz, la creyente sincera.
Su hija estaba enferma. El texto
nos recuerda que cuando una persona enferma, todos en su casa enferman de algún
modo. Nada será igual en la rutina de cada día. Las relaciones cambian y se
complican. Todos dependen de todos. Y todos han de apoyarse en todos.
En la mujer cananea se muestra la
madre que dio la vida soñada y busca la salud para la vida amenazada. Ella nos
recuerda que la enfermedad es personal e intransferible. Y que la salud ha de
ser integral y verdadera o nunca lo será.
“¡Ten piedad de mí, Señor, hijo
de David! Mi hija está malamente endemoniada.” Así ora en su dolor. A su
plegaria sólo responde el silencio de Jesús y el apremio de sus discípulos que
pretenden liberar a su Maestro de los mendigos de pan y de salud: “Concédeselo,
que viene gritando detrás de nosotros.”
EL DIÁLOGO
El diálogo de esta mujer con
Jesús es un modelo de oración y una revelación del proyecto salvador de Dios.
• “No he sido enviado más que a
las ovejas perdidas de la casa de Israel.” La primera respuesta de Jesús resume
la concepción mesiánica del pueblo hebreo.
Pero la mujer pagana insiste en la súplica que la ha sacado a los
caminos: “¡Señor, socórreme!”.
• “No está bien tomar el pan de
los hijos y echárselo a los perritos.” Esta segunda respuesta de Jesús presenta
una nueva dificultad. ¡Quién nos diera el tono exacto de aquella insinuación!
Seguramente hay en ella una alusión a un refrán popular.
• “Sí, Señor, pero también los
perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.” La mujer retoma
aquella imagen. Cuando hay pan lo hay para todos. Y cuando hay gracia a todos
alcanza y se desborda. La misericordia suplicada acerca y redime al suplicante.
• “Mujer, grande es tu fe; que te
suceda como deseas.” La tercera respuesta de Jesús reconoce que la fe llevó a
la mujer a buscarle. La fe la enseñó a
orar. Y la fe la ayudó a interpretar su propia suerte con ese humor tan cercano
a la humildad.
- Señor Jesús, en ti se
encuentran la súplica humana y la gracia divina. Tú paso por nuestra vida marca
el momento de la acción sanadora de Dios sobre lo inmundo y lo dolorido de este
mundo. En ti nos llega la salvación.
¡Bendito seas por siempre!
D. José-Román Flecha Andrés
No hay comentarios:
Publicar un comentario