Homilía para el Domingo 10 de Agosto de 2014. 19 del
Tiempo Ordinario, A
“Sal y aguarda al Señor en el
monte, que el Señor va a pasar”. Así suena la voz que Dios dirige al profeta
Elías, según se lee en la primera lectura de la misa de este domingo (1 Re
19,11). Elías fue elegido para restablecer
la fe en el verdadero Dios, en un momento en que el poder político había
protegido y difundido el culto a Baal.
Consciente de su misión, Elías se
dirige al monte Horeb. Bien sabe él que allí Dios se había revelado a Moisés y
había ofrecido una alianza a su pueblo. Era preciso volver a los orígenes y
reaprender el camino de la fe y de la fidelidad al Dios de la liberación.
Elías esperaba descubrirlo en los
grandes fenómenos de la naturaleza. Pero Dios no se presentó en el huracán ni
en el terremoto ni en el fuego. Dios se mostraba finalmente en el suave susurro
de la brisa.
Buena lección para los que
esperamos una manifestación aparatosa de Dios y, mientras tanto, no prestamos
atención a sus manifestaciones diarias.
EL MAR Y EL TEMOR
El viento huracanado aparece
también en el evangelio que hoy se proclama. Mientras Jesús se retiró a orar a
solas en el monte, sus discípulos navegaban en la barca, “sacudida por las olas
porque el viento era contrario” (Mt
14,24).
El relato parece una parábola en
acción. El mar representa con frecuencia la fuerza del mal. En el mar
encrespado, los discípulos se creen olvidados por su Maestro. Navegan con
dificultad y, cuando ven a Jesús caminando sobre el mar, piensan que es un
fantasma.
El Señor tiene una palabra de
aliento para los que ha elegido: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” Pedro
quiere llegar a Jesús caminando también él sobre el mar. Pero el viento le
atemoriza y comienza a hundirse. En ese momento invoca a su Maestro: “Señor,
sálvame”.
Sólo la mano de Jesús lo mantendrá a flote. Es necesario
reconocer su presencia aun cuando brama el temporal. En los
tiempos de serenidad y en la hora de la persecución.
FE Y CONFIANZA
Sólo cuando Jesús y Pedro suben a
la barca, amaina el viento. Pasado el miedo, reaparece la fe de los discípulos.
• “Realmente eres Hijo de Dios”.
Esa es la confesión de los discípulos. Jesús no los ha ignorado. No se
desentiende de esa barca que representa y preanuncia a su Iglesia. Él está
cerca de ella, aun en los momentos más difíciles.
• “Realmente eres Hijo de Dios”.
Jesús no es un fantasma. Sólo la falta de fe nos lleva a imaginarlo de ese
modo. En medio de las borrascas de este mundo camina sereno el que es el Señor
de la historia. En él, la voluntad de Dios se manifiesta sobre el mal y el
pecado.
• “Realmente eres Hijo de Dios”.
En Jesús se manifiesta el poder y la bondad de Dios. Él es el Hijo de Dios. Es
el Maestro y el hermano de sus discípulos. Esta barca de la Iglesia ha de
presentarse como un lugar de salvación y de acogida para los náufragos de hoy.
- Señor Jesús, perdona tú nuestra
falta de fe y los miedos que nos llevan a considerarte como un fantasma.
Ayúdanos a recuperar, a vivir y a anunciar la confianza que sólo nos puede
ofrecer la fe en tu presencia. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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