Reflexión del Evangelio 25 de Diciembre de 2024. Solemnidad de la Natividad de Ntro. Señor Jesucristo.
La desproporción entre la propuesta de Dios y la respuesta del hombre
En este “diálogo de sordos” entre
Dios y los hombres que es el hecho de la Navidad, del que hablábamos en la
homilía de la misa de medianoche, hoy, en la misa del día, nos sorprende la
otra vertiente: la desproporción entre lo que pide Dios y lo que está dispuesto
a responder el ser humano.
La oferta de Dios está presentada
en la Prólogo dl Evangelio según san Juan, que proclamamos. A primera vista (y
más si se lee rápido y con voz cansina y se escucha distraído), es un
galimatías, en el que se habla de un Verbo, de un ser eterno, de una luz que
ilumina, de alguien que es rechazado por los suyos, pero, que, a pesar de todo
se hace carne para habitar ente ellos…
Y sin embargo, este texto intenso
y profundo hasta parecer enigmático, es la presentación más elocuente del
misterio de la Navidad y sus consecuencias para nosotros. Lo supieron resumir
genialmente los Santos Padres: “El Hijo de Dios se hizo hombre, para que el
hombre pueda ser hijo de Dios”.
¿Quieren el hombre y la mujer,
especialmente el hombre y la mujer de nuestra sociedad secularizada, “ser hijo,
hija de Dios”? ¿Le ilusiona? ¿Pone en ello su esperanza y, por lo tanto, el
esfuerzo serio por recibirlo y responder a tal promesa?
Solo descendiendo a la
profundidad del ser humano, a sus verdaderas y eternas preguntas e inquietudes,
puede encontrar cada uno, cada una, el deseo y la nostalgia de encontrar su
auténtica autoestima, la raíz de su dignidad inalienable, la razón de su libertad
y la respuesta a esa ansia necesaria de lo más necesario: el sentirse amado
incondicionalmente y para siempre y poder amar así. Es decir: ser, sentirse y
actuar como hijo e hija de Dios.
Un camino práctico para comprender qué significa que Dios se
ha hecho hombre lo tenemos en la última encíclica del Papa Francisco, que tiene
por título: “Dilexit nos” (“Nos amó”). En ella se nos habla del lugar en donde
este “diálogo de sordos” encuentra la luz, el sentido, la razón y la fuerza de
las preguntas y las respuestas recíprocas de Dios y del ser humano: el corazón
de cada uno abierto al corazón de Cristo:
“En lugar de buscar algunas
satisfacciones superficiales y de cumplir un papel frente a los demás, lo mejor
es dejar brotar preguntas decisivas: quién soy realmente, qué busco. Qué
sentido quiero que tengan mi vida, mis elecciones o mis acciones; por qué y
para qué estoy en este mundo, cómo querré valorar mi existencia cuando llegue a
su final, qué significado quisiera que tenga todo lo que vivo, quién quiero ser
frente a los demás, quién soy frente a Dios. Estas preguntas me llevan a mi
corazón” (8).
“Dice el Evangelio que Jesús
“vino a los suyos” (Jn 1,110. Los suyos somos nosotros, porque él no nos trata
como a algo extraño. Nos considera algo propio, algo que él guarda con cuidado,
con cariño. Nos trata como suyos. No significa que seamos sus esclavos, y él
mismo lo niega: “Ya no os llamo servidores" (Jn 15,15). Lo que él propone
es la pertenencia mutua de los amigos. Vino, saltó todas las distancias, se nos
volvió cercano como las cosas más simples y cotidianas de la existencia. De
hecho, él tiene otro nombre, que es “Enmanuel” y significa “Dios con nosotros”,
Dios junto a nuestra vida, viviendo entre nosotros. El Hijo de Dios se encarnó
y “se anonadó a sí mismo, tomando la condición de esclavo” (Flp 2,7)” (34).
“Ese mismo Jesús hoy espera que
le des la posibilidad de iluminar tu existencia, de levantarte, de llenarte de
su fuerza. Porque antes de morir, dijo a sus discípulos: “No los dejaré
huérfanos, volveré a ustedes”. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero
ustedes sí me verán (Jn 14, 18-19). Siempre encuentra alguna manera para
manifestarse en tu vida, para que puedas encontrarte con él” (38).
Fr. Francisco José
Rodríguez Fassio
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