Reflexión Evangelio Domingo 1 de Diciembre de 2024. 1º de Adviento.
Cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá
Con
la Fe y el cumplimiento de las Promesas de Dios a su pueblo, como la Primera
Lectura del Profeta Jeremías nos trae, tiene que ver la Primera Venida de Dios,
la de la Encarnación del Hijo, la que sucedió en la historia hace dos milenios.
Es esta espera la del cuidado de la memoria de lo acontecido. La Navidad como
memoria de la venida en la historia del Hijo de Dios, Jesús, el Cristo,
encarnado de María la Virgen, para traer la salvación y la plenitud a los
hombres. La memoria de su nacimiento y de su vida en su enseñanza y su camino
hasta la muerte en Cruz y la Resurrección. La fe necesita de la memoria porque
recordar, pasar por el corazón, es lo que la enciende y la mantiene viva y
fresca. El mayor enemigo de la fe no es
la increencia, sino la distracción, la superficialidad, el despiste y el
descuido. Estar a todo y a nada. El olvido. Por eso la atención y la memoria
son imprescindibles para la fe. Prepararse es así ejercitar la memoria con la
vuelta constante a la Escritura que la alimenta. Recordar, regresar, releer la
Palabra, como camino de preparación, de creencia, de volver a encender nuestra
fe.
El Señor les da a conocer su Alianza
La otra venida que esperamos tiene que ver con el Amor, pues esperamos la venida diaria y cotidiana del Espíritu Santo de Dios, el Espíritu de su amor, a nuestra vida. Acogerle con el amor, el cuidado, el afecto, de saber que viene para cada uno de nosotros a traernos vida y vida en plenitud. El Salmo que proclamamos nos recuerda que el Seños nos ha enseñado cómo vivir y vivir en plenitud. La venida diaria a nuestra vida del mensaje del Evangelio nos llama a cambiar nuestro corazón, nuestra mente, nuestra vida, para que el mensaje de Cristo, el mensaje del Amor, se haga realidad con su poder salvador en nuestro día a día. Con su Resurrección, nos dejó el Espíritu como presencia viva, actuante, santificadora en nuestra vida, en la Iglesia, en los sacramentos. Pero que comenzó en esa Navidad de la Encarnación con la que comenzó nuestra historia de salvación. Para acoger esta venida del Amor de Dios en nuestra vida, de su Espíritu, para la espera de la venida y Navidad en esta dimensión de amor y Espíritu, se hace necesario volver al silencio. Vaciar la mente y la vida de todo ruido que estorba y oculta el susurro del Espíritu, limpiar y purificar corazón y espíritu de todo lo que no deja que el amor sea el que mueva nuestra vida. Aquí cobra sentido también ese cierto espíritu penitencial y austero que tiene también el Adviento como tiempo de conversión, de purificación interior para acoger al que vino, y al que viene. Limpiar y silenciar todo lo que no deja que nazca cada día, cada año, cada tiempo, a Dios en nosotros.
…de modo que os presentéis ante Dios, nuestro Padre, santos e irreprochables en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos
Y
para acoger también al que vendrá. Pablo a los Tesalonicenses nos recuerda
también que esperamos una venida más de Cristo. La tercera de las claves de la
espera y la venida del Adviento tiene que ver con la Esperanza, porque como
dice San Cirilo de Jerusalén (315-386) en una preciosa catequesis que se lee en
el Oficio de Lectura de la Liturgia de las Horas del Primer Domingo de
Adviento, esperamos también la segunda venida de Dios, la venida definitiva que
traerá el Reino Divino definitivo a la creación. Esperamos la plenitud del
tiempo, la llegada manifiesta y en gloria de Dios Padre para juzgar la creación
y consumarla en sí. La Parusía, la venida futura de Dios, la aparición completa
de la gracia de la salvación que abrirá a todo lo creado al Reino y Reinado del
buen Padre Dios. Esperamos la llegada que completará lo que existe con su
venida en Gloria, renovando, completando, perfeccionando lo que ha sido en el
tiempo para sacarlo del tiempo. Esperamos el amanecer sin ocaso donde todo
anhelo, todo sueño, todo limpio deseo profundo del hombre se completará en
Dios. Esperamos el banquete eterno de la creación donde no habrá dolor,
sufrimiento ni enfermedad alguna, donde toda injusticia y sufrimiento serán
sanados y limpiados, donde se enjugará toda lágrima. Esperamos esa eternidad de
plenitud donde se dará todo, siempre, completamente, a la vez, y sin cansancio,
donde resucitarán todos los muertos que en la historia han vivido, y donde la
creación entera se culminará. ¿Cómo nos preparamos para eso? La oración es la
herramienta. La petición, la adoración, la vigilia consciente de la búsqueda de
Dios. Nos preparamos pidiéndole al señor y orándole para que venga, y que venga
ya, Ven Señor Jesús, Ven, Maranata. Orar sin desfallecer.
…levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación
Desde esas claves, el Adviento no es un mero tiempo bisagra hasta la Navidad, es una inmensa posibilidad que se nos ofrece el prepararnos para renovar nuestra fe, nuestro amor y nuestra esperanza. Para regresar y reconectar y convertir nuestra mente y nuestro corazón al Dios Trino de la vida. Para preparar nuestro tiempo y todo lo que somos, para el Dios que vino, que viene y que vendrá. Para esperar con auténtica Fe, Amor y Esperanza la liberación que nos llega.
¿Cómo cuido mi memoria de la fe? ¿Acudo a la Palabra con frecuencia? ¿Recuerdo las maravillas que ha hecho Dios en mi vida?
¿Logro identificar lo que en mi vida no deja que venga el amor y el Espíritu de Dios a mi vida? ¿Busco el silencio y vaciarme de mí para dejar que Él guíe mis días? ¿Qué he de cambiar, dejar, apartar de mi vida para ir convirtiéndome?
¿Dónde están mis esperanzas puestas? ¿Cuál es el horizonte último al que guío mi oración? ¿Qué espero de Dios?
Fray Vicente Niño Orti
Convento
Santo Tomás de Aquino 'El Olivar' (Madrid)
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