Reflexión Evangelio Domingo 29 de Octubre de 2024. 28º del Tiempo Ordinario.
En el Antiguo Testamento
se encuentra una verdadera siembra de circunstancias, personas,
acontecimientos, gestos, en una palabra, de mensajes mesiánicos. Una muestra
puede verificarse en este breve fragmento que hoy se toma del profeta Isaías
(53, 10-11) y que invita a repasar tolo el capítulo 53. Claramente se anuncian
rasgos y actitudes del Mesías, destacados de manera particular en el trance de
su pasión, muerte y también de su victoria frente al pecado y la muerte.
Los trazos que se
anticipan no son, precisamente, los que más se ajustaban con los comunes que
mantenía la generalidad del pueblo de Israel. Llegado el tiempo, se manifestará
en los mismos apóstoles y discípulos del Señor. Pero, en realidad, estas características
son las que libremente eligió Dios vara llevar una vida humana, sin dejar nunca
de ser Dios. El Mesías quiso ser triturado por el sufrimiento, sufrir fatigas
anímicas y corporales, eligió soportar dolencias y dolores, desprecios, burlas,
humillaciones, marginaciones…
Todo este sufrimiento, es
verdad, no le correspondía al Mesías como Dios, pero, siempre con plena
libertad, quiso soportar cargas sobre sus hombros, las que corresponden a la
humanidad herida por el pecado. Cuando se hizo hombre muchos no lo tuvieron en cuenta
y sí lo consideraron, llegado el momento, como un desecho ante el que se oculta
el rostro, azotado y objeto de burlas, molido por las culpas de sus hermanos…
Sin embargo, asumió tan
lacerantes sufrimientos para abrir un camino, ofrecer una puerta de salida a la
humanidad que se hallaba culpablemente cerrada para ella. Sanó a todos a fin de
practicar una senda que lleva a la vida; aportó el don inapreciable de la paz,
sin la cual es imposible la convivencia, ofreció la unidad para alcanzar una
fuerza constructiva y en concordia, mostró los frutos que se consiguen por la
paciencia, las humillaciones y, claro está, por su muerte redentora. Su donación sacrificial justificará a muchos,
se ganó una descendencia y alargamiento de sus días, verá siempre la luz.
Además, «lo que plazca al Señor se cumplirá por su mano». En promesa, se
contempla al Mesías como el que cargará con el pecado e intercederá por los
rebeldes. Pueden recordarse aquellas palabras de santo Tomás de Aquino: «Todo
lo que pertenece a la fe en la encarnación y redención se transmite tan
claramente en el antiguo libro de los Salmos, que casi parece Evangelio y no ya
profecía».
En el Evangelio según san
Marcos (Mc 10, 35-45) se comprueba cómo también los apóstoles pensaban muy
diversamente que Isaías acerca de las peculiaridades del Mesías. Siguieron un
tiempo a Jesús como quien acompaña a un personaje con poderes especiales, como
quien, llegado el momento, podía establecer un reino, incluso con una clase
preferente, al estilo de los reinos del mundo, aunque llegaron a darse cuenta
de que el reinado de Jesús iba a ser algo distinto. Los hermanos Santiago y
Juan anhelaban, con todo, un puesto eminente.
De cara a los suplicantes
y, en definitiva, a los apóstoles reunidos, aclaró que, para la glorificación
de los seres humanos, es obligado recorrer un trayecto común a todos: el de
aceptar la vida como un servicio, sin tiranizar a nadie, buscando lo mejor para
los demás, desviviéndose en la búsqueda del bien pleno, sin pugnar por los
primeros puestos y, mucho menos, para obrar sin moralidad alguna. En el reino
de Cristo, ya iniciado en este recorrido terreno, todos y a porfía han de
considerarse como ayudantes de los demás, en definitiva, cual «esclavos de cada
uno».
Hay una razón muy
poderosa para lanzarse a semejante meta: la humanidad nueva que comienza con la
encarnación del Hijo de Dios ha de configurarse desde el ejemplar supremo que
es Jesús, nuestra cabeza: no ha venido para ser servido, sino para servir y dar
la vida en rescate por todos. Lo hizo por medio de un cáliz cuyo contenido
bebió y un bautismo con el que quiso soberanamente bautizarse: su pasión,
muerte y resurrección. Se sumergió en el bautismo de la muerte y se alzó
victorioso para la nueva vida que nos ganó.
Jesús es el sumo
sacerdote que ha atravesado el cielo para franquearnos aquella puerta que nos
habíamos voluntariamente cerrado. Pide que en esta peregrinación nos
mantengamos firmes en la fe. En cualquier circunstancia se compadece y vuelca
su misericordia hacia nosotros; sabe que somos débiles, ha pasado por lo
nuestro, menos por el pecado; nos da su gracia y auxilio oportuno, quiere
vernos confiados caminando hacia el trono de gloria que nos tiene preparado.
¿Qué lección se desprende del camino de sufrimiento que eligió nuestro Salvador? ¿Cómo dar cabida durante el día a algún Salmo, por el ejemplo el n. 3? ¿Cómo seguir a Jesús en el servicio cotidiano?
Fray Vito T. Gómez García O.P.
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