Reflexión Evangelio del Domingo 25 de Febrero de 204. 2º de Cuaresma.
Hoy, en este segundo domingo de cuaresma, en el que se nos
llama a convertirnos y a creer en el evangelio, se nos ofrece el relato de la
transfiguración del Señor para que lo meditemos, lo oremos y nos dejemos
convertir por él.
En este relato de la transfiguración hay un reconocimiento de
Jesús como hijo de Dios y una invitación a escucharle: “Este es mi hijo, el
amado, en quien me complazco. Escuchadlo.” Jesús no es sólo una buena persona o
un modelo para nosotros. Jesús para nosotros lo es todo: es el Hijo de Dios, es
nuestra referencia, quien llena de sentido nuestra vida; es en quien decimos
creer y a quien decidimos seguir.
Y, por este motivo, estamos llamados a volver nuestra mirada
y nuestro corazón a Él, a su Palabra, a su Evangelio. Pero este reconocimiento,
esta confesión de fe, la escuchamos en varios momentos en el evangelio. ¿Qué
hay hoy de diferente? Hoy esta confesión nos llega acompañada de dos figuras,
Elías y Moisés. Y esto no es baladí, esto nos quiere decir algo.
La figura de Moisés para el pueblo de Israel es muy
importante porque él es quien les entrega la ley de parte de Dios y para ellos
la ley es un medio para mantenerse unidos a Yahvé, para cuidar la alianza, el
pacto, entre Él y el pueblo. Pero no solo es quien les entrega la ley, también
es aquel instrumento de Dios que les trajo la liberación, que les dio la
libertad.
No podemos separar estos dos aspectos: ley y libertad. Están
íntimamente unidos. Toda ley tiene que servir para cuidar y proteger la
libertad del ser humano, hombre y mujer. La ley que no libera no es buena ley,
la ley que oprime tiene que ser denunciada, tiene que ser eliminada. Hoy día,
en el mundo, hay muchas leyes que siguen oprimiendo al ser humano, que le
quitan su libertad, que son un obstáculo para el cuidado de su dignidad. Y ante
esto, no podemos callar, no debemos callar. No olvidemos que el silencio es
cómplice, que quien calla otorga.
Por esto quiero que nos fijemos en la otra figura que
aparece, Elías. Este fue un profeta hebreo que vivió en el siglo IX antes de
Cristo. Los profetas hacían presente a Dios en medio del pueblo, anunciaban su
palabra y daban testimonio de él. Los profetas también denunciaban todas
aquellas situaciones y acciones que separaban al pueblo de Dios y que dañaban a
los que Yahvé amaba. Pero no se quedaban en la denuncia, llamaban a la
conversión e indicaban los caminos por los que llegar a ella, a dicha conversión.
Esto hoy nos tiene que llevar a pensar si verdaderamente
estamos siendo fieles al Dios de Jesús cuando no denunciamos o nos callamos
ante conductas como las siguientes: no estar dispuestos a caminar con las
personas que piensan diferente o que tienen otra manera de ver las cosas,
cerrar las puertas a las personas migrantes o dejarlas en el limbo por falta de
papeles, invisibilizar a las personas sin hogar cuando pasamos por su lado como
si no hubiera nadie, etc.
Jesús, es aquel que nos entrega la ley definitiva, aquel que
nos trae la libertad plena, aquel profeta definitivo que es presencia de Dios
porque es Dios mismo. Jesús denunció todo lo que denigraba al ser humano, mujer
y hombre; y Jesús anunció la vida levantando a quien estaba caído.
Así se acercó a las mujeres que eran consideradas impuras
para dignificarlas, como sucedió en la curación de la mujer que padecía flujos
de sangre o no dudó en acercarse, igualmente, a los leprosos, sanándolos y
dándoles un sitio en la sociedad de la cual habían sido marginados. Puso,
también, a un samaritano, considerado hereje por los judíos, como ejemplo de
compasión para con el prójimo. Como se nos dice en uno de los prefacios: “se
acerca a todo hombre y a toda mujer que sufre en su cuerpo o en su espíritu y
cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza”.
Todos estos gestos de Jesús nos encaminan hacia esa nueva
humanidad que ya se ha hecho realidad en Él: esa nueva humanidad que estos tres
discípulos de Jesús ya gustaron, en cierta medida y en la cual hubieran querido
permanecer. Pero no es posible, hay que volver a la vida cotidiana, al día a
día, para anunciar con la palabra y con la vida esa nueva humanidad haciéndose
semilla del Reino. Jesús les invita y nos invita a bajar al valle, a la vida
normal, a vivir el evangelio con los hermanos y hermanas y a hacerlo vida en
nuestra propia vida.
Y aquí llega lo que, a ninguno, en muchas ocasiones, nos
gusta oír: para llegar a esa humanidad nueva, que ya se ha hecho presente en
Jesucristo, hemos de pasar por la pasión, por la entrega, como tuvo que pasar
Jesús, que entregó su vida en la cruz por fidelidad al Padre y al ser humano:
fidelidad, porque pasó por la vida haciendo el bien y curando o liberando a los
oprimidos por el mal; fidelidad porque entregó su propia vida para que todos
tuvieran vida y la tuvieran en abundancia.
Hoy a nosotros también se nos invita a ser fieles a Dios y al ser humano practicando las obras de misericordia, siendo instrumentos de comunión y reconciliación en medio de una sociedad fragmentada y dividida, trabajando por la justicia y la paz en un mundo tan castigado por la injusticia y las múltiples violencias, entre ellas la de las guerras.
Fray Javier Aguilera Fierro O.P.
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