Reflexión Evangelio Domingo 10 de Septiembre de 2023. 23º del Tiempo Ordinario.
Que ninguno se pierda. Razón para la corrección y la vida
fraterna
El gran desarrollo tecnológico en las comunicaciones ha
cambiado las formas de interactuar y ha desplazado a un plano secundario la
dimensión interpersonal profunda del encuentro frente a frente. Muchas personas
sienten ese vacío.
Por otra parte, viene cobrando carácter de ‘valor’, ‘derecho’
o, al menos, norma asumida de convivencia, no meternos en la vida de nadie y
que nadie se meta en la nuestra, para mantenernos tranquilos y libres de
complicaciones y problemas.
Dios no quiere que nuestras relaciones interpersonales se
queden a nivel de superficie. Podemos rellenar el vacío, aunque se nos
complique la vida. Palabras como las que transmite el profeta Ezequiel («Si tú
no hablas, poniendo en guardia al malvado...»), o las que Jesús dice a sus
discípulos («Si tu hermano peca, repréndelo…»), no nos permiten quedarnos
alejados, pasivos o simplemente críticos ante la vida de las demás personas. «A
nadie le debáis nada, más que amor», dice san Pablo. “Quien bien te ama, te
hará sufrir”, añadimos nosotros; habrá ocasiones en que te corregirá, te
llamará la atención o te aconsejará en forma distinta a tu gusto.
Cuando hay amor hay preocupación por mantener la relación y
por restablecerla cuando se daña. No solo hacia los allegados. El amor
cristiano se dirige a todos, alcanza también a los más débiles y pecadores,
porque nadie debe quedar excluido de él. Como en el caso de la oveja perdida,
que se busca dejando las noventa y nueve, la razón profunda de la corrección
fraterna es tratar por todos los medios de que ninguno se pierda.
El individualismo no salva. Somos una entera familia humana
en la que cuidarnos y salvarnos unos a otros. Sus vidas dependen de la mía y la
mía de las suyas. La corrección fraterna no es –o al menos no es solo eso– una
estrategia, una exigencia ética o una práctica pedagógica. Para los discípulos
de Jesús es además un don de Dios con el que construir y alentar la comunidad
creyente. Si una ideología o un pensamiento atrayente pueden lograr un cambio
en una persona, lo puede lograr más la actitud de quien se acerca a ella con
buena voluntad de ayudarle a encontrar su error y proponerle el cambio.
Jesús menciona aún otra dimensión de la fraternidad: «Si dos
de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi
Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos».
La reunión más característica de los cristianos, la
Eucaristía, ha venido perdiendo práctica y vitalidad, hasta resultar algo ajeno
para generaciones enteras. Son muchas las causas y nadie podemos eludir la
responsabilidad que nos corresponde en que mucha gente no le encuentre sentido
ni vean en ella algún significado para su vida.
Quizá la clave sea que en la Iglesia no se puede estar de
cualquier manera: por costumbre, por inercia, por miedo… Los seguidores de
Jesús han de estar «reunidos en su nombre», convirtiéndose a él, alimentándose
de su evangelio, sintiendo el atractivo de Jesús y el ánimo de su Espíritu. Él
es la razón y el motivo del encuentro. Escuchar su mensaje, entender mejor el
sentido de su vida, alimentar y reasumir nuestra fe, todo ello da sentido a
nuestra reunión independientemente de quiénes y cuántos seamos.
No podemos quedarnos en la nostalgia de otro tiempo, ni en lo
que nos hace sufrir, ni en lo que nos falta. Es mejor pensar en las
posibilidades creativas de un verdadero encuentro con Jesús. Todos lo
necesitamos, también los que se han alejado, quizá porque nuestras
celebraciones no se lo ofrecían. Y también quienes aún necesitan conocerle.
La comunidad de Jesús será lo que seamos nosotros, si somos
capaces de repensar nuestra vida a la luz del evangelio. Quizá los
indiferentes, los que no creen, los que se alejaron, necesitan ver que vivimos
el evangelio («mirad cómo se aman»). Quizá nos falta acogida, corrección
fraterna, escucha, cercanía con los más débiles y necesitados, disposición a
caminar juntos (es lo que significa ‘sinodalidad’) … todas ellas formas de
vivir que construyen la comunidad. Quizá nos paraliza el miedo y nos condiciona
el pasado, haciéndonos renunciar a la creatividad del evangelio. O quizá no
terminamos de comprender y de creer la comparación con la levadura capaz de
fermentar la masa.
Fray José Antonio Fernández de Quevedo
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