Reflexión del Evangelio del Domingo 21 de Agosto de 2022. 21º del Tiempo Ordinario.
1. El evangelio puede sonar un
poco desconcertante, dependiendo en gran parte del dicho aislado “esforzaros de
entrar por la puerta estrecha”. El pasaje se sitúa en el camino que Jesús
emprende hacia Jerusalén y el seguimiento que ello implica, es una catequesis
lucana del verdadero discipulado. Pero ¿para qué es necesario ser discípulo de
Jesús? ¿para salvarse, para salvarnos? ¿Esa era la mentalidad del tiempo de
Jesús heredada en ciertos círculos cristianos rigoristas? ¿Son pocos los que se
salvan? Conociendo el mensaje de Jesús y su confianza en Dios, tendríamos que
afirmar que Jesús no respondía a preguntas que se resolvieran desde el punto de
vista legal.
2. En realidad, la lectura a
fondo de este evangelio plantea cuestiones muy importantes desde el punto de
vista de la actitud cristiana. Jesús no responde directamente a la pregunta del
número, porque no es eso algo que pueda responderse. Lo de la puerta estrecha
es un símil popular y no debe producir escándalo, porque los caminos de Dios no
son lo mismo que los caminos de los hombres: esto es evidente. Esta es una
llamada a la “radicalidad” en todo caso, que pudiéramos transcribir así: quien
quiera salvarse debe vivir según la voluntad de Dios. Eso lo dice todo, aunque
para algunos no resuelve la cuestión. Por ello deberíamos decir que esa
preocupación numérica fue más de los discípulos que trasmitieron estas palabras
de Jesús (el Evangelio Q para algunos especialistas), que estaban más o menos
obsesionados con un cierto legalismo apocalíptico y no bebían los vientos del
talante profético de Jesús.
3. Siempre se ha dicho que Jesús
lo que busca son los corazones y las actitudes de los que le siguen. Les pone
una parábola de contraste, la del dueño de la casa que cierra la puerta. La
mentalidad legalista es la de esforzarse por entrar por la puerta estrecha. En
la parábola se adivina un mundo nuevo, un patrón, Dios en definitiva, que no
entiende las cosas como nosotros, por números, por sacrificios, por esfuerzos
personales de lo que se ha llamado “do ut des” (te doy para que me des). Muchos
pensarán que han sido cristianos de toda la vida, que han cumplido los
mandamientos de Dios y de la Iglesia de toda la vida (si es que eso se puede
decir), que han sido muy clericales… pero el “dueño” no los conoce. ¿No es
desesperante la conclusión? El contraste es que podemos estar convencidos que
estamos con Dios, con Jesús, con el evangelio, con la Iglesia, pero en realidad
no hemos estado más que interesados en nosotros mismos y en nuestra salvación.
Eso es lo que la parábola de contraste pone de manifiesto.
4. ¿Las cosas deberían ser de
otra manera? ¡Sin duda! Debemos aprender a recibir la salvación como una gracia
de Dios, como un regalo, y a estar dispuestos a compartir este don con todos
los hombres de cualquier clase y religión. Eso es lo que aparece al final de
esta respuesta de Jesús. Los que quieren “asegurarse” previamente la salvación
mediante unas reglas fijas de comportamiento no han entendido nada de la forma
en la que Dios actúa. Por eso no reconoce a los que se presentan con señas de
identidad legalistas, que ocultan un cierto egoísmo. No es una cuestión de
número, sino de generosidad. En la mentalidad legalista y estrecha del
judaísmo, que también ha heredado en muchos aspectos el cristianismo, la
salvación se quiere garantizar previamente como se tratara de un salvoconducto
inmutable e intransferible. No se trata de desprestigiar una moral, una
conducta o una institución, como si el evangelio convocara a la amoralidad y el
desenfreno para poder salvarse. Esta conclusión de moralismo barato (la “gracia
barata” le llamaba Bonhoeffer) no es lo que piden las palabras de Jesús. Pero
sí debemos afirmar rotundamente: si la salvación no sabemos recibirla como una
“gracia”, como un don, no entenderemos nada del evangelio.
Fray Miguel de Burgos
Núñez
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