1. El evangelio expone la
preparación de la última cena de Jesús con los suyos y la tradición de sus gestos y sus palabras
en aquella noche, antes de morir. Sabemos de la importancia que esta tradición
tuvo desde el principio del cristianismo. Aquella noche (fuera o no una cena
ritualmente pascual), Jesús hizo y dijo cosas que quedarán grabadas en la
conciencia de los suyos. Con toda razón se ha recalcado el «haced esto en
memoria mía». Sus palabras sobre el pan y sobre la copa expresan la magnitud de
lo que quería hacer en la cruz: entregarse por los suyos, por todos los
hombres, por el mundo, con un amor sin medida.
2. Marcos nos ofrece la tradición
que se privilegiaba en Jerusalén, mientras que Lucas y Pablo nos ofrecen,
probablemente, «las palabras» con la que este misterio se celebraba en
Antioquía. En realidad, sin ser idénticas, quieren expresar lo mismo: la
entrega del amor sin medida. Su muerte, pues, tiene el sentido que el mismo
Jesús quiere darle. No pretendió que fuera una muerte sin sentido, ni un
asesinato horrible. No es cuestión de decir que quiere morir, sino que sabe que
ha de morir, para que los hombres comprendan que solamente desde el amor hay
futuro. La Eucaristía, pues, es el sacramento que nos une a ese misterio de la
vida de Cristo, de Dios mismo, que nos la entrega a nosotros de la forma más
sencilla.
Fray Miguel de Burgos Núñez
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