Reflexión Homilética para el Domingo 14 de Junio. Solemnidad del Corpus Christi
La experiencia del pueblo de Israel en el
desierto es el punto de partida de las lecturas de este día tan importante.
Allí el pueblo aprendió que su vida estaba en las manos generosas de Dios, que
no dependía de sus propias fuerzas. El pueblo pasó hambre, se sintió
desfallecer, se vio perseguido y acosado. Pero allí también experimentó el
poder de Dios que con brazo fuerte y mano poderosa los libró de los enemigos,
los alimentó y los llevó a la tierra prometida. Nada sucedió porque el pueblo
fuese poderoso. Fue la pura gracia de Dios que les sacó de la esclavitud y les
alimentó con el maná.
La comunidad cristiana se sabe hoy
también en camino. Peregrinamos en busca de la morada definitiva. Cada uno,
cada familia, sabe de las penurias y dificultades, de los momentos de gozo pero
también de los muchos momentos de dolor y desesperanza. Sabemos por experiencia
que nuestras fuerzas son pequeñas, que estamos muy limitados. Pero en medio de
nuestro caminar siempre podemos hacer un alto. Una parada en el camino. Para
celebrar con los hermanos y hermanas la Eucaristía. Es un tiempo de encuentro
solidario. Los rostros de los otros al entrar en la iglesia se nos hacen
amables. Brota el saludo. Allí vamos a experimentar la comunidad y, lo más
importante, al que es el vínculo de unión de la comunidad, el que anima nuestra
esperanza y da fuerza a nuestro caminar: Jesús. Juntos cantamos y alabamos,
juntos escuchamos y meditamos su palabra, juntos damos gracias y compartimos su
cuerpo y su sangre. Juntos celebramos la Eucaristía sabiéndonos miembros de una
inmensa comunidad que está extendida por todo el mundo.
En la Eucaristía, en la misa, aprendemos
que nuestro caminar tiene sentido, que a pesar del cansancio vale la pena
seguir esforzándose. En la Eucaristía descubrimos que no estamos solos, que los
hermanos y hermanas que nos rodean están comprometidos en el mismo camino, que
Dios está con nosotros, porque se ha hecho alimento, el pan y el vino que dan
la verdadera vida. “El que come de ese pan vivirá para siempre” dice Jesús en
el Evangelio. Ahora ya sabemos que no sólo de pan vivimos. Sabemos que nuestro
pan, nuestros esfuerzos, vale poco. Y reconocemos que en el pan de la
Eucaristía, el cuerpo mismo del Señor, hallamos la vida verdadera, la que no se
acaba, la que nos orienta en nuestro caminar.
Al salir cada domingo de la Eucaristía
hemos recuperado las fuerzas. Los problemas afuera, en el trabajo, en la
familia, en la ciudad, son los mismos. No han cambiado. Pero nosotros hemos
recibido la visita de Dios en nuestros corazones. Y sentimos su gracia y su
fuerza. Y seguimos caminando.
Fernando Torres CMF
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