sábado, 24 de noviembre de 2018

SU REINO NO TENDRÁ FIN


Reflexión Homilética para el Domingo 25 de Noviembre de 2018. 
Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo 

“Vi venir en las nubes del cielo como un hIjo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él” (Dn 7,13). El dominio que se le concede se extiende en las dos coordenadas que nos determinan. En el espacio, alcanza a todos los pueblos de la tierra. Y en el tiempo, no tendrá fin.

Ese dominio es concedido por Dios a los hombres, en contraposición con las bestias, que previamente ha mencionado el profeta. Frente al poder salvaje y tiránico, los santos del Altísimo recibirán el Reino. Recibirán la corona del triunfo los que den testimonio de su fe hasta el martirio. Son los testigos de su fe los que revelan el valor de lo humano.

Los creyentes vieron en esa profecía de Daniel el anuncio de un mesías salvador. Su poder no nacería de su fuerza, sino de la elección del mismo Dios. Gracias a él dominaría a los poderes del mundo. A esa promesa hace eco el salmo responsorial: “El Señor reina, vestido de majestad; el Señor, vestido y ceñido de poder” (Sal 92,1).

Recordando la profecía de Daniel, el Apocalipsis ve llegar a Jesucristo en las nubes del cielo. Lo confiesa como el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. Su poder nace del amor que demuestra el hecho de haber sido traspasado para librar a los hombres de sus pecados (Ap 1,5-8).

EL REINO DE CRISTO Y LA VERDAD

El evangelio de Juan que hoy se proclama recoge un momento culminante del proceso romano a Jesús (Jn 18,33-37). Pilato le dirige cuatro preguntas para tratar de averiguar qué tipo de realeza se atribuye aquel judío que han traído hasta su tribunal. Las preguntas del gobernante se sitúan en un nivel político. Le interesa mantener la calma en aquella tierra.

Las respuestas de Jesús van más allá del alcance de las preguntas. Jesús afirma haber venido al mundo para ser testigo de la verdad. No olvidemos que en griego el testigo se llama “mártir”. No es extraño que en los escritos paulinos se diga que Cristo hizo una hermosa confesión dando testimonio ante Pilato (1 Tim 6,13).

Cristo es testigo de la verdad que es él mismo (Jn 14,6). Por eso su reino no es impone a nadie. Es acogido por quienes aman la verdad. Todo el que es de la verdad escucha su voz (Jn 16,37). No es la imposición el medio como se extiende su Reino, sino el ejercicio de la libertad del hombre y su responsabilidad ante la verdad que salva.

EL REINO DE CRISTO Y EL MUNDO

Pero en la respuesta de Jesús a Pilato hay otra frase que ha sido discutida una y otra vez: “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí”. ¿Qué nos sigieren estas palabras de Jesús?.

“Mi reino no es de este mundo”. Esta frase no puede significar que la fe aleja a los creyentes de las realidades de esta tierra. Jesús había dicho a Nicodemo que Dios había amado al mundo hasta entregarle a su Hijo. El Reino de Jesucristo se encuentra en esta tierra, pero no es de esta tierra. Así pues, los discípulos del Señor amamos este mundo con sinceridad y responsabilidad, con libertad y con alegría.

“Mi reino no es de aquí”. Es evidente que Jesús no tiene una guardia armada para defenderlo. Su mensaje no se impone por la fuerza. Jesús reprendió a Pedro por pretender defenderlo con la espada (Jn 18,10). No pertenecen al reino de Jesús los que tratan de imponer la verdad por medio de la violencia o de la coacción. O por otros medios más sutiles, como la concesión de beneficios y prebendas.

Señor Jesús, sabemos y proclamamos en el prefacio de esta fiesta que que el tuyo es el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y de la gracia, el reino de la justicia, del amor y de la paz. Tú nos enseñante a pedir al Padre celestial que se haga en nosotros su voluntad para que venga a nosotros su reino. Que el testimonio de tu vida y la luz de tu palabra nos ayuden a vivir y proclamar la gracia de ese reino. Amén.

D. José-Román Flecha Andrés

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