Homilía 15 de Diciembre de 2013. III Domingo de Adviento, ciclo A.
Santa Teresa de Jesús escribía: “¿Qué esperanza podemos tener de
hallar sosiego en otras cosas, pues en las propias no podemos sosegar…?”
Las noticias de cada día nos hablan de catástrofes naturales, de
guerras y atentados. Con mucha frecuencia son los más pobres y
marginados los primeros en pagar las consecuencias del mal y de las
desgracias.
El texto del profeta Isaías que hoy se lee gira en torno a una
consoladora profecía: “Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite, viene
en persona, resarcirá y os salvará”. Inmediatamente añade que su venida
cambiará la suerte de los ciegos y los sordos, los cojos y los mudos y
hará volver a los rescatados del Señor.
El evangelio se hace eco de aquella profecía. De hecho, las mismas
señales de curación constituyen la prueba de que Jesús es el Mesías que
había de venir. Hoy no podemos ignorar a todos esos enfermos y
desvalidos. Hoy hemos de agradecer la misericordia de Dios sobre ellos.
SANACIÓN Y SALVACIÓN
Desde la mazmorra en la que había sido arrojado por Herodes, Juan
Bautista envía a dos discípulos suyos para que interroguen a Jesús sobre
su identidad: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a
otro?” Jesús no presenta más credenciales que sus propias obras. Sus
acciones coinciden con las antiguas promesas formuladas en el libro de
Isaías.
Sus acciones que no son meros actos de curación. La sanación corporal
es el signo visible de la salvación integral de la persona. Una
salvación que solo Jesús puede otorgar. Nadie fuera de él podrá
salvarnos. Ni personas, ni instituciones. Ni líderes ni ideologías. Ni
objetos de consumo ni loterías. Solo Él es el Salvador. Ese es el
contenido central de nuestra fe y de la nueva evangelización.
La salvación del hombre no se reduce a la sanación corporal de las
persona, pero no pretende ignorarla. Hoy podemos preguntar por los
enfermos que conocemos. O tal vez visitar en una residencia a los
ancianos que no conocemos todavía. Y no sólo para “distraerlos”. Podemos
tener para ellos las palabras y los gestos de la fe, la esperanza y el
amor.
LA GRAN BIENAVENTURANZA
De todas formas, no olvidemos esa bienaventuranza que hoy se
proclama. Entre todas las bienaventuranzas que el evangelio pone en boca
de Jesús, ésta es especialmente llamativa.
• “¡Dichoso aquel que no pierde su confianza en mí!”. Muchos
desearían un Mesías a la medida de sus gustos, un evangelio que aceptara
sus caprichos, una Iglesia que bendijera todas sus decisiones. Para la
fe cristiana, es dichoso el que no coloca su propia idea del Mesías por
encima y contra la realidad del Mesías Jesús.
• “¡Dichoso aquel que no pierde su confianza en mí!”. Contemplemos
una vez más su apariencia humilde. Contemplemos su sacrificio. Su pasión
y su muerte eran un verdadero escándalo, una piedra de tropiezo. Es
dichoso quien supera la tentación de abandonar a Jesús y su evangelio, a
Cristo y a su Iglesia.
- Señor Jesús, con el gozo de la esperanza nos preparamos para la
celebración de tu Nacimiento. Que no te recibamos de manera indigna. Que
te aceptemos siempre como el que eres. Que te acojamos como nuestro
Salvador. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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