Homilía Domingo 11 de Agosto de 2013. 19º Domingo Tiempo
Ordinario, C.
“La noche de la liberación se les
anunció de antemano a nuestros padres para que tuvieran ánimo al conocer con
certeza la promesa de que se fiaban” Así comienza el texto del libro de la
Sabiduría que se lee como primera lectura en la misa de este domingo (Sab
18,6-9). Es un texto que evoca un pasado de esclavitud. Pero también la llegada
de la liberación.
En él se subrayan, al menos, tres
detalles que resultan importantes también para nosotros. En primer lugar, se
recuerda la noche. En la oscuridad los temores se apoderan de las mentes y de
los corazones. Pero precisamente en medio de las tinieblas resonó la señal de
Dios para salir de Egipto y ponerse en camino hacia la tierra de la libertad.
El texto recuerda además que la
esperanza de aquella hora no generó en los padres de Israel un sentimiento de
orgullo y de prepotencia. Y, mucho menos, de olvido de Dios. Al contrario, alimentó la piedad y la oración de los que
sufrían la esclavitud.
Y, en tercer lugar, la esperanza
de la partida tampoco aumentó esos sentimientos de individualismo que nos
llevan a ignorar las penas y las alegrías de los demás. Todos los llamados a
salir de Egipto se impusieron una norma sagrada: ser solidarios en los peligros
y en los bienes.
EL TESORO Y EL CORAZÓN
El texto del libro de la
Sabiduría prepara nuestro espíritu para escuchar la palabra del Evangelio. Una
palabra que es otro canto a la libertad y una lección sobre la esperanza (Lc
32-48). También en este mensaje se subrayan al menos tres virtudes: la
generosidad del desprendimiento; la vigilancia en la espera y la responsabilidad
en la convivencia.
- Si esperamos al Señor hemos de
superar nuestros temores y desprendernos de todo eso que consideramos como
nuestro tesoro y repartirlo con generosidad. Las cosas no nos ofrecen la
salvación. Nosotros no esperamos algo: esperamos a Alguien. Y “donde está
nuestro tesoro allí ha de estar nuestro corazón”.
- Si esperamos al Señor, no
podemos vivir adormilados. Se nos pide estar despiertos, vigilantes como el
centinela que aguarda la aurora. Como los criados que aguardan el regreso de su
señor. Un señor que recompensa nuestra espera y nuestra paciencia, haciéndose
nuestro servidor.
- Si esperamos al Señor, hemos de
mantenernos sobrios. Las adiciones nos llevan a perder el juicio, nos degradan
y nos esclavizan. La espera nos exige mantener buenas relaciones con nuestros
hermanos. Es un suplicio la espera cuando no se cuida la armonía de la
convivencia.
LA PREPARACIÓN Y LA VENIDA
El centro del mensaje nos lleva a
orientar nuestros ojos hacia Jesús, que se nos presenta como el Hijo del
hombre. Una frase resume la urgencia y el gozo de la espera: “Estad preparados,
porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”.
• “Estad preparados”. No se prepara a recibir al Señor quien
sucumbe a las tentaciones de la desesperanza o de la presunción. Las dos nos
llevan a permanecer anclados en el presente. Las dos paralizan a la Iglesia, a
las comunidades y a cada uno de los creyentes. Sólo se prepara quien acepta el don
y la tarea de la esperanza.
• “A la hora que menos penséis
viene el Hijo del hombre”. Mil veces hemos entendido esta frase como una
amenaza. Una nueva vida, un nuevo movimiento en la Iglesia, la llegada de un
nuevo Papa. A la hora que menos pensamos puede abrirse ante nosotros un
panorama insospechado que nos invita a caminar en la esperanza, a construir con
amor, a confesar la fe.
- Señor Jesús, sabemos que tú
estás entre nosotros y caminas con nosotros. Pero tú nos has dicho que nos
preparemos para la manifestación de tu presencia, es decir para la
manifestación del Reino de Dios. Te esperamos, prestando atención a los signos
de los tiempos y viviendo en hermandad. Ven Señor Jesús. Amén.
D. José-Román Flecha
Andrés
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