Homilía para el Domingo 11 del
Tiempo Ordinario, C.
En su sermón sobre la Eucaristía,
predicaba San Juan de Ávila: “Si tú no
creyeres en Jesucristo, el Verbo humanado, en Él está tu salud y la de todos,
no puede vivir tu alma. Si no lo crees y amas y obedeces, no te puedes salvar”.
A primera vista, la liturgia de
hoy nos habla del pecado, del castigo y de la gracia, de los prejuicios humanos
y del juicio divino. Y es verdad. Pero la liturgia de este domingo es, sobre
todo, una buena noticia y una celebración de la fe y del amor, del pecado y del
perdón, de la culpa y de la salvación.
Y todo ello, evocado por dos
experiencias personales. El primer relato nos remite al encuentro del profeta
Natán con el rey David. David había sido elegido y mimado por Dios como rey de
Judá y de Israel. Pero ha despreciado la palabra del Señor. Eso es el pecado,
que en este caso se manifiesta en adulterio y asesinato.
Sin embargo, basta una palabra de
arrepentimiento para que el profeta transmita a David un oráculo de acusación y
una promesa de perdón.
LOS GESTOS DEL AMOR
El segundo relato nos presenta el
encuentro con el profeta Jesús y el piadoso fariseo (Lc 7,36-8,3). Jesús era
acusado por los fariseos de comer con los publicanos, o recaudadores de
impuestos. Los primeros se consideraban piadosos observantes de la Ley. Los
segundos eran considerados como pecadores. Pero Jesús no se deja atrapar por
las barreras de la ideología. Acepta entrar en contacto con unos y otros.
Pero en el relato hay un segundo
encuentro. Durante la comida, entra en la casa una mujer conocida como
pecadora. Se postra ante Jesús y cubre sus pies de lágrimas, de besos y de
perfume, enjugándolos con sus propios cabellos. El fariseo no sólo juzga a la
mujer sino que juzga a Jesús, dudando de su calidad de profeta.
Jesús muestra esa dignidad
profética al dar a entender que no solo reconoce a la mujer sino que conoce la interioridad
del fariseo. Es más, contrapone con la valentía propia de los verdaderos
profetas la sinceridad de la mujer y el desdén del fariseo. Ella ha empleado
los gestos del amor, por inoportunos que pudieran parecer. Él ha despreciado
los gestos de la hospitalidad, por convenientes y necesarios que fueran.
LA PALABRA DEL PERDÓN
El relato evangélico incluye una
pequeña parábola en la que aparece una tercera contraposición: la de los dos
deudores perdonados por el prestamista. Amará más aquel a quien más se le ha
perdonado. Lo malo del fariseo no es el pecado, sino el creer que no necesita el perdón. La mujer
cree que lo necesita y lo pide con los únicos gestos que conoce.
• “Tus pecados están perdonados”.
Esta es la primera frase que Jesús dirige a la mujer. Por palabras como esa
será acusado una y otra vez. Pero Jesús es más que cualquiera de los antiguos
profetas. El profeta Natán anuncia el perdón de Dios. Jesús lo concede.
• “Tu fe te ha salvado”. Los
antiguos profetas afirmaban que sin la fe era imposible sostenerse en pie (cf.
Is 7,9). Jesús sabe y proclama que el
camino de la salvación no pasa por las obra de la Ley observada por el fariseo,
sino por la fe en el Mesías que demuestra la mujer
• “Vete en paz”. Los antiguos
profetas anunciaban que los tiempos mesiánicos estarían marcados por el don de
la paz. Jesús es la fuente de la paz. La desea y la concede como fruto y
consecuencia del amor.
- Señor Jesús, tú ves como
juzgamos a las personas por sus gestos. Tú conoces el fondo de nuestro corazón.
Tú sabes cómo tratamos de olvidar nuestro pecado y de cerrarnos a tu
perdón. Ten compasión de nosotros. Que
toda la humanidad pueda descubrir en ti el camino de la paz. Amén.
D. José-Román Flecha
Andrés
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