Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. 24 de marzo de 2013
Como tantos otros viajeros, guardo todavía en los
ojos y en el alma el precioso recuerdo de un domingo de Ramos vivido en la
ciudad de Jerusalén. Colocado, junto a mi grupo de peregrinos, en una pequeña
altura junto a la Puerta de los Leones, podía ver el gozoso serpentear de la
procesión que bajaba de Betfagé por la ladera del Monte de los Olivos.
Aquella
multitud de cristianos, llegados de toda la Tierra Santa, y de muchos países
del mundo, cantaba en lenguas diversas la gloria del Señor. Cruzado el
vallecito del Cedrón y pasada ya la puerta, la procesión iba a terminar en la
iglesia cruzada de Santa Ana, dentro ya de los muros de la vieja ciudad.
Una celebración muy semejante fue descrita ya en el
siglo IV por la virgen Egeria, probablemente procedente de las tierras del
Bierzo. Aquella procesión recuerda la entrada de Jesús en Jerusalén, el
entusiasmo de los discípulos que le
seguían, pero también el rechazo de la ciudad a la que él venía a traer la paz.
ENTUSIASMO Y RECHAZO
Recordamos
al ciego Bartimeo, que pedía limosna a la vera del camino de Jericó. Enterado
de que pasaba Jesús hacia Jerusalén, comenzó a llamarlo a gritos: “Jesús, Hijo
de David, ten compasión de mí” (Lc 18, 38). Gracias a Jesús recobró la vista y,
unido a la peregrinación, “le seguía glorificando a Dios”.
Es
interesante el comentario de Benedicto XVI a este pasaje: “De repente, el tema
‘David’, con su intrínseca esperanza mesiánica, se apoderó de la muchedumbre:
este Jesús con el que iban de camino, ¿no será acaso verdaderamente el nuevo
David? Con su entrada en la Ciudad Santa, ¿no habrá llegado la hora en que Él
restablezca el reino de David?”
El evangelio de Lucas recoge las aclamaciones de los
peregrinos a las que añade el eco del mensaje de los ángeles a los pastores:
“¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las
alturas” (Lc 19,38). Aquella entrada de Jesús suscitaba los mejores recuerdos
de las gentes y enardecía las esperanzas de los peregrinos.
Pero
al mismo tiempo, aquellos gritos de entusiasmo no dejaron de alarmar a los
habitantes de la ciudad de Jerusalén, que se preguntaban alborotados: “¿Quién
es éste?” Una pregunta que encontró una respuesta gozosa en las gentes que
llegaban con él: “Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea” (Mt 21,10s).
EL SILENCIO Y EL MENSAJE
Dos actitudes: el entusiasmo de los que peregrinan
con Jesús y el escándalo de los habitantes de Jerusalén. Dos actitudes que se
repiten a lo largo de los tiempos. Algunos fariseos de entre la gente,
inquietados por aquellos gritos, pidieron a Jesús que reprendiera a sus
discípulos. La respuesta de Jesús nos interpela también en nuestros días.
• “Os digo que, si estos callan, gritarán las
piedras”. Esas palabras del Maestro son una advertencia para una sociedad que,
en diversas partes del mundo, trata de silenciar por todos los medios el
mensaje de Jesús y de rechazar al Mensajero.
• “Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras”.
Pero esa promesa de Jesús es también un aviso para la Iglesia. Ella ha de saber
que, muerto el cantor, no muere el cantar. Son muchas las voces que le
recuerdan cada día las palabras y los gestos de Jesús.
• “Os digo que, si estos callan, gritarán las
piedras”. Esa profecía del Señor
interpela a cada uno de los cristianos. Hemos sido llamados a confesar a
Jesucristo, como ha dicho el nuevo Papa Francisco en la misa con los
cardenales. Si nosotros callamos, el Señor buscará otros mensajeros que sean
más fieles a su vocación.
- Señor Jesús, creemos que tú llegas también hoy a
nuestra vida. Queremos reconocer el tiempo de tu visita. Queremos acogerte como
el enviado de Dios que nos trae la paz. ¡Bendito seas, Señor!
D. José-Román Flecha Andrés
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