22 de julio de 2012. Domingo 16 del
Tiempo Ordinario. B
El pastor y las
ovejas aparecen muchas veces en las páginas de la Biblia. Su imagen había de
convertirse necesariamente en parabólica para un pueblo que se había ido
formando siguiendo a sus rebaños.
En el texto del
profeta Jeremías que hoy se proclama como primera lectura de la misa (Jer 23,1-6), Dios se lamenta de los pastores que pierden y
dispersan el rebaño de sus pastizales. Frente a ese proceder, el mismo Dios
promete reunir el resto de sus ovejas y suscitar para ellas pastores más
responsables.
Por una parte,
este oráculo refleja una situación histórica, en la que los gobernantes y los
sacerdotes se habían desentendido de las auténticas necesidades de su pueblo.
Por otra, orienta la mirada de las gentes hacia un futuro mesiánico en el que
habrían de cumplirse las mejores esperanzas del pueblo de Israel.
LOS
PROTAGONISTAS
El evangelio que
hoy se proclama (Mc 6,30-34) nos recuerda el envío de los discípulos, que se anunciaba
el domingo anterior. Este relato nos parece dividirse en tres escenas y
presenta ante nuestros ojos a tres protagonistas: los discípulos, las gentes
que acuden hasta Jesús y, en tercer lugar, el mismo Jesús.

La multitud
reconoce a Jesús como Maestro y acude continuamente hasta él de todas las ciudades.
Jesús encarna la
figura del pastor bueno prometido por el profeta Jeremías. Se compadece de las
gentes porque parecen ovejas sin pastor.
Este texto es, ante
todo, una revelación de la identidad y la misión de Jesús. Pero puede leerse,
además, como una indicación moral que puede orientar el comportamiento de la
Iglesia y de cada uno de los cristianos.
Jesús es el Maestro solícito que cuida de sus discípulos y el
pastor que se compadece de la multitud.
La enseñanza del mensaje y la cercanía a las gentes son orientadoras para el
quehacer de la Iglesia.
EL SALMO
La liturgia de
este domingo nos invita a repetir el hermoso salmo 22 (23). En él se refleja la
fe de Israel. Y también la confianza de todos los que han descubierto la bondad
y la misericordia de Dios.
- “El Señor es mi
pastor, nada me puede faltar”. Esa es la oración de una Iglesia que no pone su
confianza en sí misma. Sus propios medios y sus estrategias nunca serán
suficientes para el anuncio del evangelio.
- “El Señor es mi
pastor, nada me puede faltar”. Esa es la confesión del verdadero creyente. En
medio de sus tinieblas y de las pruebas de la vida, confía en el Señor, que va
orientando sus pasos.
- “El Señor es mi
pastor, nada me puede faltar”. Y ésa es la nostalgia, a veces inconsciente, de
la humanidad. Con demasiada frecuencia se ve defraudada por los guías de este
mundo que le ofrecen paraísos engañosos.
Señor Jesús, te
reconocemos como el Maestro que enseña
la verdad, y como el Pastor bueno y verdadero que nos conduce hacia las
fuentes de la vida. No permitas que nos apartemos de ti. Amén.
José-Román
Flecha Andrés.
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