Reflexión homilética para Domingo 3 de Diciembre de 2017. I de Adviento. B.
“¡Ojalá rasgases el cielo y
bajases, derritiendo los montes con tu presencia!” (Is 63,19). El pueblo de
Israel se siente atribulado a causa de sus enemigos. Pero siente también su
parte de responsabilidad. Sabe que ha perdido el camino. Ve que se ha endurecido
su propio corazón y que ha olvidado el temor o respeto al Señor.
Como se ha dicho en los
versículos precedentes, es preciso que Dios se muestre una vez más. Que muestre
su poder y su ternura, su fuerza y su compasión. Que muestre que es el Padre de
su pueblo. En ese contexto, el orante manifiesta un deseo que se convierte en
súplica apasionada y ferviente. ¡Que Dios rasgue los cielos y baje!
El salmo responsorial se hace eco
de ese anhelo irrefrenable: “Señor, Dios nuestro, que brille tu rostro y nos
salve” (Sal 79). Estas súplicas, tan apropiadas al Adviento que hoy comienza,
encuentran apoyo en las palabras de San Pablo. A los que aguardan la
manifestación de Jesucristo les asegura que el Señor los mantendrá firmes hasta
el final (1Cor 1,7-8). Es la promesa más oportuna para los que tratamos de
mantener viva la esperanza.
ATENCIÓN Y VIGILANCIA
A lo largo del año lítúrgico que
hoy comienza se nos ofrecerá la lectura del evangelio según san Marcos. En este
primer domingo del Adviento escuchamos una invitación de Jesús a mantener una
esperanza despierta y vigilante (Mc 13,33-37).
“Estad atentos y vigilad”. Es
este un aviso importante para creyentes y no creyentes. Hoy todo nos invita a
vivir apresuradamente. La frivolidad se ha convertido en nuestro estilo
habitual. Las noticias y los acontecimientos pasan con toda velocidad. Prestar
atención a lo que sucede es una buena medida de prudencia.
“No sabéis cuándo es el momento”.
Por numerosos que sean los adivinos y los agoreros, no somos capaces de adivinar
el futuro. Creyentes y no creyentes vamos caminando en la oscuridad. No podemos
vivir en la indiferencia. Es pecado distraernos. Vigilar el curso de la
historia es una obligación moral.
Estas actitudes de la atención y
la vigilancia se reflejan en la parábola de los criados que aguardan el regreso
de su amo. Como el portero de la casa, hemos de permanecer en vela.
LA IMAGEN DEL PORTERO
Es importante recordar el deber
del portero. El texto evangélico se hace eco de la última palabra de esa
parábola. Con ello indica que ese era el punto central del mensaje.
Velad, pues no sabéis cuándo
vendrá el Señor de la casa. Nuestros cálculos no son de fiar. Nuestros
programas pastorales no pueden certificar el momento en que las personas y las
estructuras podrán reflejar la presencia del Señor.
Que no venga inesperadamente. El
Señor viene a este escenario del mundo. Está viniendo siempre. Pero con
demasiada frecuencia nosotros vivimos distraídos, prestando atención a mil
bagatelas. Es un dolor que él llegue y no estemos esperándolo.
Que no os encuentre dormidos. El
papa Francisco ha dicho que una de las tentaciones del evangelizador es la
acedia. Nos hemos acomodado en la poltrona y nos hemos quedado dormidos. Es
hora de despertar de nuestra modorra.
Señor Jesús, perdona nuestra
desesperanza y nuestra presunción. No saber el tiempo de tu llegada nos invita
a velar y trabajar. Queremos vivir en esperanza.
D. José-Román Flecha
Andrés
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