Reflexión Homilética para la Solemnidad de la Inmaculada Concepción.
8 de Diciembre de 2017
“Reina y Madre, Virgen pura, que
sol y cielo pisáis, a vos sola no alcanzó la triste herencia de Adán. ¿Cómo en
vos, Reina de todos, si llena de gracia estáis, pudo caber igual parte de la
culpa original? De toda mancha estáis
libre: ¿y quién pudo imaginar que vino a faltar la gracia en donde la gracia
está?” Es hermoso este romance de Francisco de Borja (1577-1658) que recitamos
en la fiesta de la Inmaculada Concepción de Santa María Virgen.
En el tiempo del Adviento, la
fiesta de la Concepción Inmaculada de María nos alienta en el camino de la
esperanza. Somos conscientes de nuestros
errores y pecados. A pesar de ellos, Dios ha querido ofrecer a la humanidad un
horizonte de perdón y de misericordia, de gracia y de belleza.
Esta fiesta de María nos lleva a
celebrar esta nueva creación. Nuestra oración de hoy brota de una íntima
alegría. La de saber que lo que perdió EVA, “la madre de todos los que viven”,
ha sido felizmente recuperado gracias al AVE que el ángel Gabriel dirige a
María, Madre de todos los redimidos.
LLENA DE GRACIA
Hoy se nos repite el relato
evangélico de la Anunciación a María. En él escuchamos las palabras que le
dirige el ángel del Señor: “María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de
Dios”. Ese saludo convierte a María en imagen de todo el género humano. Con él
se inicia el gran Adviento de la historia humana. Con él renace la esperanza.
Desde lo más hondo de su
existencia, María refleja fielmente la misericordia de Dios y sabe traducirla
en fidelidad. Dios nos crea y nos sostiene. María gozó durante toda su vida de
la plenitud de la gracia y de la salvación. Fue una persona fiel en todo al
proyecto de Dios. También a nosotros, Dios se nos da gratis, pero espera
nuestra respuesta.
La sintonía de María con la
salvación ofrecida por Dios a la humanidad es un don gratuito, pero encontró en
ella una respuesta libre y generosa. Muy pobre es nuestra fe si no logra superar el temor y no nos ayuda a
aceptar el don de la gracia que Dios nos ofrece cada día.
La humanidad no tiene nada que
temer de la divinidad. Dios no es un enemigo de la causa y de la libertad
humana. Dios nos ofrece su amable cercanía. Como dijo Benedicto XVI, “el hombre
que se dirige hacia Dios no se hace más pequeño, sino más grande, porque
gracias a Dios y junto con él se hace grande, se hace divino, llega a ser
verdaderamente él mismo”.
ABOGADA DE GRACIA
ABOGADA DE GRACIA
Hoy nuestro corazón se esponja en
la contemplación de la decisión de Dios de ofrecer a la humanidad un rayo de
esperanza. Con el prefacio de la misa de esta solemnidad nos gozamos en la
limpieza de María:
- “Purísima había de ser, Señor,
la Virgen que nos diera el Cordero inocente”. Esta mirada al pasado de nuestra
historia nos invita a dar gracias por el don de la salvación. A la vista del
mal y de la corrupción de este mundo, con frecuencia nos dejamos vencer por el
pesimismo.
- “Purísima la que, entre todos
los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad”. Y esta mirada a
nuestro presente nos lleva a recobrar la esperanza. Tratemos de descubrir los
signos de esperanza que se encuentran en nosotros mismos, en los demás y en
toda la sociedad.
“Oh Dios, por la concepción inmaculada de la Virgen María preparaste a tu hijo una digna morada. En previsión de la muerte de tu Hijo la preservaste de todo pecado. A nosotros concédenos por su intercesión llegar a ti limpios de todas nuestras culpas. Amén”.
D. José-Román Flecha Andrés
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