Reflexión homilética para el Domingo 19 de Noviembre de 2017. 33 del Tiempo Ordinario, A.
“Una mujer hacendosa, ¿quién la
hallará? Vale mucho más que las perlas… Cantadle por el éxito de su trabajo,
que sus obras la alaben en la plaza” (Pro 31,10.31). He ahí el principio y la
conclusión de ese espléndido himno que encontramos en el libro de los
Proverbios.
Algunos estudiosos sugieren que
puede ser un himno a la sabiduría personificada. Gracias a ella se mantiene en
pie la familia y vive en armonía toda la sociedad. Pero la imagen empleada
contiene un elogio a la mujer hacendosa. Sostiene su hogar con su trabajo,
atiende a su familia y, además, se muestra compasiva con los pobres y los
necesitados.
La imagen ideal de la familia
reaparece en el salmo responsorial. Precisamente este salmo 128 (127) ha sido
glosado por el papa Francisco en su exhortación Amoris laetitia.
En este penúltimo domingo del año
litúrgico es muy oportuna la lectura en la que Pablo pide a los Tesalonicenses
que vivan en la luz y estén siempre preparados para el “Día del Señor”, que
llegará como un ladrón en la noche (1Tes 5,1-6).
EL ENCARGO Y EL JUICIO
Como sabemos, en el capítulo 25 del
evangelio de Mateo encontramos tres parábolas sobre la esperanza. Tras la
parábola de las diez doncellas invitadas a la boda, se incluye la de los
talentos que, antes de irse de viaje, un hombre entrega a sus siervos, con el
encargo de que negocien con ellos (Mt 25,14-30).
El primero recibe cinco talentos,
negocia con ellos y gana otros cinco. Al regresar, su amo lo alaba,
calificándolo como “siervo bueno y fiel”, y le promueve en su cargo.
El segundo recibe dos talentos,
con los que logra hacer negocio y ganar otros dos. También él es alabado por su
amo, que le confía una importante responsabilidad.
El tercero recibe un talento.
Precisamente él, que presume de conocer bien a su amo, no secunda sus
proyectos. Así que esconde bajo tierra el talento para devolverlo a su amo,
que, en el juicio, lo condena por inútil, negligente y holgazán.
ESPERANZA RESPONSABLE
Hemos meditado muchas veces esta
parábola de los talentos. Y tantas otras veces hemos reflexionado sobre las
lecciones que encierra para nosotros.
En primer lugar nos complace ver
que el amo confía en sus propios criados. Y agradecemos a Dios que también a
nosotros nos haya confiado tantos tesoros de la naturaleza y de la gracia.
Además, vemos que la espera de la
venida del Señor no puede justificar nuestra pereza. Si creer es crear, esperar
es operar. La esperanza no puede alejarnos de la tarea de trabajar por el
progreso humano y por la extensión del Reino de Dios.
Finalmente, descubrimos que el
premio concedido a los que viven una esperanza activa y comprometida no
consiste en algún bien material. El mayor premio es “entrar en el gozo de
nuestro Señor” y el mayor castigo es ser alejados de él.
Señor Jesús, sabemos y creemos
que hemos de vivir esperando tu manifestación. Agradecemos los dones que nos
has confiado. Y te pedimos que tu gracia nos ayude a vivir una esperanza gozosa
y responsable. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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