Reflexión homilética para el Domingo 5 de Noviembre de 2017. 31 del Tiempo Ordinario, A.
“Esto es lo que os mando,
sacerdotes: Si no escucháis y no ponéis todo vuestro corazón en glorificar mi
nombre, dice el Señor del universo, os enviaré la maldición y maldeciré vuestra
bendición”. Es tremendo este oráculo divino que transmite Malaquías (Mal
2,1-2). Dios está dispuesto a maldecir los bienes que habían sido distribuidos
a los levitas.
Pero no es una condena injusta.
El Señor se queja con razón, porque los sacerdotes habían hecho que muchas
personas tropezaran en la Ley de Moisés. Su boca no había proclamado el camino
recto. Y habían sido parciales en la aplicación de las normas legales.
El texto se cierra con un lamento
del profeta, que es aplicable a todos los creyentes de todos los tiempos y
lugares: “¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos creó el mismo Dios? ¿Por
qué entonces nos traicionamos unos a otros, profanando la alianza de nuestros
padres?” (Mal 2,10).
A esas quejas respondemos
humildemente en el salmo responsorial, cantando: “Señor, mi corazón no es
ambicioso, ni mis ojos altaneros” (Sal 130,1). De esa humildad nos da ejemplo
el apóstol Pablo en su primera carta a los fieles de Tesalónica, al confesar:
“Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos” (1Tes 2,7).
TRES FALTAS
En la primera parte del evangelio
que hoy se proclama, Jesús advierte a la gente de las graves faltas de los
letrados y de los fariseos (Mt 23,1-7).
Su primer pecado es la
incoherencia. ”No hacen lo que dicen”. Repiten una y otra vez las enseñanzas de
la Ley de Moisés pero no viven de acuerdo con lo que enseñan. Conocen la letra
de la Ley pero no han asimilado su espíritu.
El segundo pecado es la
indiferencia. Ignoran los fardos pesados que cargan sobre los hombros de los
demás y no mueven ni un dedo para ayudarles. No han aprendido la importancia de
la compasión y no imitan la misericordia de Dios.
El tercer pecado es la vanidad.
“Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. Hasta su oración la han
convertido en un espectáculo para atraer la atención. Les gusta recibir
honores. Y ese es el único motivo que los mueve.
TRES CONSEJOS
En la segunda parte de este texto
evangélico, Jesús se dirige a sus propios discípulos con tres advertencias
importantes (Mt 23,8-12).
Por dos veces les dice que
ninguno de ellos se haga llamar Rabbí, es decir maestro u orientador de la vida
moral, pues su maestro es uno solo y todos ellos han de reconocerse como
hermanos entre sí (Mt 23,8.10).
Les pide, además, que a nadie de
la tierra llamen Abbá, es decir padre, porque uno solo es su Padre, el del
cielo (Mt 23,9). Es evidente que de nuevo Jesús quiere subrayar la fraternidad
que une y ha de unir a todos los suyos.
Finalmente repite lo que ya había
enseñado a sus discípulos, a propósito de las pretensiones de Santiago y Juan,
hijos de Zebedeo, que deseaban puestos importantes en su Reino: “El primero
entre vosotros será vuestro servidor” (Mt 23,11; 20,26).
Señor Jesús, reconocemos
nuestros pecados que escandalizan a nuestros hermanos. Que tu Espíritu nos
ayude a ser siempre humildes y servidores de los demás, puesto que todos
nosotros somos hijos del mismo Padre celestial. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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