Reflexión homilética para el Domingo 12 de Noviembre de 2017. 32 del Tiempo Ordinario, A.
“Radiante e inmarcesible es la
sabiduría… La encuentran los que la buscan… Quien temprano la busca no se
fatigará, pues a su puerta la hallará sentada… Ella misma busca por todas
partes a los que son dignos de ella” (Sab 6,12.14.16). En este hermoso poema sobre
la sabiduría por tres veces aparece el verbo “buscar”.
Y con razón, porque la sabiduría
es para la Biblia el gran tesoro. Es el mayor de los dones de Dios. Para
encontrarla hay que prescindir de muchas cosas. Y decidirse a buscarla para
descubrirla al amanecer, sentada a nuestra puerta. Es ella la que viene a
encontrarnos. Esa es la gran tarea y la enorme alegría de la esperanza
cristiana.
Es evidente que la sabiduría se
identifica con el mismo Dios. Es él a quien buscamos, a veces sin saberlo. Por eso
el salmo responsorial nos invita a cantar: “Oh, Dios, tú eres mi Dios, por ti
madrugo, mi alma está sedienta de ti” (Sal 62,2).
Esa sed, que resume nuestra
esperanza, no quedará defraudada. San Pablo nos asegura que quien ha creído en
la resurrección de Jesucristo estará siempre con el Señor (1Tes 4,17).
ESPERA Y COMPROMISO
El capítulo 25 del evangelio de
Mateo nos ofrece tres hermosos textos sobre la esperanza. El primero es la
parábola de las diez doncellas invitadas a la celebración de una boda (Mt
25,1-13). ¿Qué es lo que las caracteriza?
Tienen en común que todas ellas
tienen una función importante en la celebración de la fiesta: han de salir a
esperar al esposo e iluminar el cortejo con sus lámparas. Para todas se hace
pesada la espera y todas se dejan vencer por el sueño.
Pero se diferencian en algo muy
importante. Cinco de ellas han tomado aceite para alimentar sus lámparas. Las
otras cinco, no. Las previsoras aparecen como prudentes, mientras que las otras
cinco son calificadas como necias o descuidadas.
La parábola nos recuerda que la
esperanza no es solo un sentimiento. No puede identificarse con la frivolidad
ni con la pasividad. La esperanza es activa y comprometida. Exige sabiduría.
Esperar implica operar.
LA ORACIÓN Y LAS OBRAS
En la segunda parte de esta
parábola se nos dice que la espera no es una falsa ilusión. El esposo llega a
la fiesta. Como ha dicho el papa Francisco, “nuestra esperanza tiene un
rostro”. El texto recoge un breve diálogo y una exhortación.
“Señor, Señor, ábrenos”. Las
jóvenes descuidadas pierden tiempo al tratar de remediar su error y llegan
tarde a la fiesta. Su lamento resume la súplica de todos los que, aun si
saberlo, deseamos encontrarnos con el Señor.
“En verdad os digo que no os
conozco”. Nos engañamos si pensamos que la esperanza es una virtud fácil y
trivial. No se sostiene solo con palabras, sino que requiere esfuerzo y
prudencia. La oración ha de ir acompañada por las obras.
“Velad, porque no sabéis el día
ni la hora”. Con esta exhortación concluye Jesús la parábola. El mismo papa
Francisco nos dice que el problema no es “cuándo” se mostrará el Señor, sino el
“estar preparados para el encuentro”.
Señor Jesús, queremos mantener
viva nuestra esperanza. Que nuestra espera refleje el compromiso diario con el
que preparamos nuestro encuentro contigo. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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