Reflexión
homilética para el Domingo 10 de Septiembre de 2017. 23 del Tiempo Ordinario, A.
“Si tú adviertes al malvado que
cambie de conducta y no lo hace, él morirá por su culpa, pero tú habrás salvado
la vida” (Ez 37,9). En este oráculo que se lee este domingo, Dios advierte al
profeta de la misión que le ha sido confiada. El que ha sido elegido como
mensajero divino ha de estar siempre dispuesto a corregir los errores humanos.
Corregir al que yerra es una de
las obras de misericordia más difíciles. Quien ha obrado mal no siempre lo
reconoce. Con mucha frecuencia piensa y afirma que está en la verdad. A la mala
acción suele acompañar la mala conciencia. Por otra parte, quien debería corregir
no siempre está limpio de culpa ni libre del temor de ser denunciado.
A unos y a otros el salmo
responsorial nos recuerda un oráculo divino: “No endurezcáis vuestro corazón”
(Sal 94). A todos nos resultaría más fácil corregir y ser corregidos si recordáramos
la advertencia de san Pablo: “Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso
amar es cumplir la ley entera” (Rom 13,10).
CORRECCIÓN Y DIÁLOGO
El texto evangélico que hoy se
proclama (Mt 18,15-20) supone con todo realismo la posibilidad de que se dé el
pecado en la comunidad. Por eso advierte de la necesidad de llamar la atención
al hermano que ha pecado. Además establece el orden que se ha de seguir al
aplicar la corrección fraterna.
El que trata de corregir al que
ha faltado a los ideales de la comunidad no debe caer en el peligro de
desprestigiar al otro. De hecho, se le pide que comience por hablar a solas con
el hermano. Ambos habrán de ganar con la salvación del que ha caído.
No se debe olvidar la primera
frase: “Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos solos”. Ese es
elprimer paso. Pero ahí se indica el motivo y el tono de la corrección. El
derecho y deber de corregir corresponde al hermano por ser hermano.
En un segundo y en un tercer paso
hay que acudir a otros hermanos. Esas tres etapas del diálogo tratan de evitar
el subjetivismo o el resentimiento de quien pretende corregir. Como se ve, la
referencia a la fraternidad caracteriza a la comunidad cristiana.
DISCERNIMIENTO Y ORACIÓN
El texto evangélico se incluye en
el llamado “discurso eclesiástico”. A la corrección fraterna, el evangelio de
Mateo añade otras dos notas importantes que caracterizan a la comunidad
cristiana: el discernimiento y la oración común.
“Todo lo que atéis en la tierra
quedará atado en el cielo”. Lo que Jesús ha dicho ya a Simón Pedro, lo dice
ahora a toda la comunidad. Atar y desatar suponen una gran responsabilidad.
Pero Dios confía de tal manera en su Iglesia que reconoce el discernimiento que
ella haga sobre el bien y el mal.
“Si dos de vosotros se ponen de
acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del Cielo”. Nuestros
egoísmos individuales dificultan la oración. Solo el amor puede unirnos ante
Dios. Solo la concordia entre los hermanos garantiza el valor y la eficacia de
nuestras plegarias.
Señor Jesús, tú te haces
presente cuando nos reunimos en tu nombre. No permitas que nos reúnan nuestros
intereses ni la búsqueda del prestigio. Que todo lo hagamos en tu nombre. Porque
sólo quienes se reúnan en tu nombre serán escuchados. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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