sábado, 9 de septiembre de 2017

LA COMUNIDAD


Reflexión homilética para el Domingo 10 de Septiembre de 2017. 23 del Tiempo Ordinario, A.

“Si tú adviertes al malvado que cambie de conducta y no lo hace, él morirá por su culpa, pero tú habrás salvado la vida” (Ez 37,9). En este oráculo que se lee este domingo, Dios advierte al profeta de la misión que le ha sido confiada. El que ha sido elegido como mensajero divino ha de estar siempre dispuesto a corregir los errores humanos.

Corregir al que yerra es una de las obras de misericordia más difíciles. Quien ha obrado mal no siempre lo reconoce. Con mucha frecuencia piensa y afirma que está en la verdad. A la mala acción suele acompañar la mala conciencia. Por otra parte, quien debería corregir no siempre está limpio de culpa ni libre del temor de ser denunciado.

A unos y a otros el salmo responsorial nos recuerda un oráculo divino: “No endurezcáis vuestro corazón” (Sal 94). A todos nos resultaría más fácil corregir y ser corregidos si recordáramos la advertencia de san Pablo: “Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera” (Rom 13,10).

CORRECCIÓN Y DIÁLOGO

El texto evangélico que hoy se proclama (Mt 18,15-20) supone con todo realismo la posibilidad de que se dé el pecado en la comunidad. Por eso advierte de la necesidad de llamar la atención al hermano que ha pecado. Además establece el orden que se ha de seguir al aplicar la corrección fraterna.

El que trata de corregir al que ha faltado a los ideales de la comunidad no debe caer en el peligro de desprestigiar al otro. De hecho, se le pide que comience por hablar a solas con el hermano. Ambos habrán de ganar con la salvación del que ha caído.

No se debe olvidar la primera frase: “Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos solos”. Ese es elprimer paso. Pero ahí se indica el motivo y el tono de la corrección. El derecho y deber de corregir corresponde al hermano por ser hermano.

En un segundo y en un tercer paso hay que acudir a otros hermanos. Esas tres etapas del diálogo tratan de evitar el subjetivismo o el resentimiento de quien pretende corregir. Como se ve, la referencia a la fraternidad caracteriza a la comunidad cristiana.

DISCERNIMIENTO Y ORACIÓN

El texto evangélico se incluye en el llamado “discurso eclesiástico”. A la corrección fraterna, el evangelio de Mateo añade otras dos notas importantes que caracterizan a la comunidad cristiana: el discernimiento y la oración común.

“Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo”. Lo que Jesús ha dicho ya a Simón Pedro, lo dice ahora a toda la comunidad. Atar y desatar suponen una gran responsabilidad. Pero Dios confía de tal manera en su Iglesia que reconoce el discernimiento que ella haga sobre el bien y el mal.

“Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del Cielo”. Nuestros egoísmos individuales dificultan la oración. Solo el amor puede unirnos ante Dios. Solo la concordia entre los hermanos garantiza el valor y la eficacia de nuestras plegarias.

Señor Jesús, tú te haces presente cuando nos reunimos en tu nombre. No permitas que nos reúnan nuestros intereses ni la búsqueda del prestigio. Que todo lo hagamos en tu nombre. Porque sólo quienes se reúnan en tu nombre serán escuchados. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés

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