Reflexión homilética para el Domingo 17 de Septiembre de 2017. 24 del Tiempo Ordinario, A.
“Perdona la ofensa a tu prójimo,
y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar
rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante y
pide perdón de sus pecados?” (Si 28,2-4). Con estas reflexiones, el libro del
Eclesiástico sugiere una reflexión sobre la coherencia.
De hecho, subraya la unión que
existe entre el perdón que el hombre espera obtener de Dios y el que él está
dispuesto a conceder a sus semejantes. La misericordia es sobre todo un
atributo de Dios. Él la concede abundantemente. Pero exige que el hombre la
refleje y la continúe en sus relaciones con los demás.
El salmo responsorial se hace eco
de esa afirmación al confesar: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a
la ira y rico en clemencia” (Sal 102). Según san Pablo, esa misericordia de
Dios se manifiesta sobre todo en Jesús, que murió por nosotros y resucitó para
nuestra salvación (cf. Rom 14,9).
LA ESPIRAL DE LA VIOLENCIA
En la boca de Lamec, descendiente
de Caín, se colocaba el canto de la venganza salvaje: “Caín será vengado siete
veces, y Lamec setenta y siete” (Gén 4,24). Pues bien, Simón Pedro pregunta a
Jesús: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo?
¿Hasta siete veces?” Y Jesús le contesta: “No te digo hasta siete veces, sino
hasta setenta veces siete” (Mt 18, 21-22).
Bien sabemos que el siete es un
número de calidad, más que de cantidad. La tendencia humana es la de continuar
la venganza hasta lo insospechable. La propuesta de Jesús es la de romper la
espiral de la violencia mediante el ofrecimiento generoso del perdón.
El perdón de las ofensas es
ciertamente difícil. Pero la misericordia humana es posible porque brota de la
fuente de la misericordia divina. Mediante la parábola de los deudores, Jesús
afirma que el creyente ha de tener compasión, puesto que Dios ha tenido
compasión con él (Mt 18, 23-35).
EL AJUSTE DE CUENTAS
En la parábola del rey que quiso
ajustar cuentas con sus criados hay una invocación que se repite dos veces.
“Ten paciencia conmigo y te lo
pagaré todo”. Así suplica el deudor que debe al rey la fabulosa cantidad de
diez mil talentos. Los hombres nos engañamos al pensar que podremos pagar toda
nuestra deuda a Dios. Pero él tiene compasión hasta de ese autoengaño.
“Ten paciencia conmigo y te lo
pagaré”. Así ruega el deudor que debe a su compañero la cifra de cien denarios.
Nosotros nos creemos más agraviados que él, y por cosas que no tienen
importancia. Nuestro mayor pecado es no pasar a los demás el perdón que nos ha
sido concedido.
Padre de piedad y de
misericordia, confesamos que en el ajuste de cuentas hemos salido beneficiados
por tu gracia. Apiádate de nosotros, perdona nuestras culpas y ayúdanos a ser
humildes transmisores de tu compasión y tu perdón. Por Jesucristo nuestro
Señor. Amén
D. José-Román Flecha Andrés
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