Reflexión homilética del Domingo 21 de Mayo de 2017. 6º de
Pascua.
“Les imponían
las manos y recibían el Espíritu Santo” (Hech 8,17). Esas palabras del libro de
los Hechos de los Apóstoles cierran la primera lectura que se proclama en la
celebración de la misa del sexto domingo de Pascua. Es sorprendente ver que el
anuncio de Cristo en Samaría, por obra de Felipe, produce efectos admirables:
la liberación del mal, la curación de las enfermedades y la difusión de la
alegría.
A la vista de
esos prodigios, la comunidad de Jerusalén envía allá a Pedro y a Juan. Su
presencia garantiza la autenticidad de aquella misión. Y finalmente la completa
con la imposición de las manos sobre los bautizados, que aún no han recibido el
Espíritu Santo.
El salmo
responsorial (Sal 97) nos sugiere que también hoy la comunidad cristiana ha de
alabar al Señor de forma que todos los pueblos reconozcan su grandeza y su
santidad.
Pero la
alabanza verdadera es inseparable del ejercicio del amor mutuo, que es la
auténtica revelación de ese Dios que es amor (1 Jn 4,7-10).
VER Y VIVIR
Al igual que el
evangelio del 5º domingo de Pascua, también el que hoy se proclama recuerda las
solemnes palabras de Jesús después de la última cena. Muchas ideas se agolpan
en tan pocas líneas.
- Jesús dirige
a sus discípulos una gran promesa. Pedirá al Padre que envíe sobre ellos “otro”
Paráclito, es decir, otro Consolador o Abogado. Jesús manifiesta que esa tarea
formaba parte de su misma misión. Tarea que ha de ser completada por el
Espíritu de la verdad.
- Además Jesús
establece una distinción entre sus discípulos y el mundo en el que viven. El
mundo no conoce ni puede reconocer al Espíritu. Pero los discípulos lo conocen
porque viven en sintonía y mutua habitación con el Espíritu. Por esa señal se
caracterizan.
- Aún hay más.
Jesús promete también a sus discípulos que nunca los dejará huérfanos. A pesar
de las dificultades, ellos podrán verlo y en esa visión consistirá precisamente
la vida de la comunidad. Los creyentes vivirán ya en el que vive para siempre.
EL CÍRCULO DEL
AMOR
Todavía podemos
escuchar y meditar otra promesa de Jesús: “El que acepta mis mandamientos y los
guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo
amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21). Meditemos esas palabras del Señor.
- “El que
acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama”. En las relaciones humanas la
sintonía en los valores y los propósitos es signo de amor. De modo semejante,
la prueba del discipulado no está en repetir las palabras del Maestro, sino en
aceptar y cumplir sus mandatos.
- “El que me
ama será amado por mi Padre”. En las relaciones humanas hay un lazo que une a
las generaciones entre sí. También Jesús nos enseña que quien le ama de verdad
será amado por el Padre, que nos ha entregado a su Hijo amado.
- “Yo también
lo amaré y me manifestaré a él”. En las relaciones humanas, el amor no puede
concebirse en una sola dirección. Quien ama espera ser correspondido. Pues
bien, Jesús promete amar a aquellos que le han manifestado su amor cumpliendo
sus mandatos.
Señor Jesús,
sabemos que tus promesas no son palabras vacías. En tu despedida nos has
revelado el horizonte de una triple relación: contigo, con el Padre y con el
Espíritu. Una relación que se fundamenta en el amor, en la verdad y en la vida
que perdura para siempre. Bendito seas, Señor.
D. José-Román
Flecha Andrés
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