Reflexión homilética del Domingo 14 de Mayo de 2017. 5º de Pascua.
“La Palabra de Dios iba cundiendo
y en Jerusalén crecía mucho el número de los discípulos; incluso muchos
sacerdote aceptaban la fe” (Hech 6,7). El libro de los Hechos de los Apóstoles
da cuenta de la elección de los siete “diáconos” de lengua griega para que
atiendan a los hermanos procedentes de esa cultura. Una apertura totalmente
necesaria.
A continuación se incluye esa
nota sobre el crecimiento de la comunidad de Jerusalén. No solo aumenta gracias
a los griegos. Entre los hebreos hay también muchos sacerdotes que han llegado
a creer en Jesús como el Mesías de Dios.
El redactor del libro parece
maravillado por lo que ha sucedido. Su narración suscita la acción de gracias
por la misericordia de Dios, que se alaba en el salmo responsorial (Sal 32).
La primera carta de Pedro, que
seguimos leyendo en este tiempo pascual, nos dice que todos los que reconozcan
al Señor como la piedra angular, no quedarán defraudados. Para los creyentes es
una piedra de gran precio (1Pe 2,4-9).
LA META Y EL CAMINO
El evangelio de este 5º domingo
de Pascua nos sitúa en el cenáculo para recordarnos una solemne invitación de
Jesús a sus discípulos: “No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed
también en mí” (Jn 14,1). Ante estas palabras dos discípulos se atreven a dirigirse
a Jesús con unas palabras que bien podrían ser las nuestras.
Tomás confiesa que no sabe adónde
va Jesús y, por tanto tampoco puede conocer el camino. También nosotros damos
la impresión de haber olvidado el horizonte al que Cristo nos conduce. Demasiadas
veces parecemos perdidos y descaminados. Ignoramos que solo él es el camino, la
verdad y la vida.
Felipe solo desea que Jesús les
muestre al Padre. También en ese anhelo nos sentimos representados nosotros.
Rezamos al Padre si nos vemos agobiados. Pero no reconocemos la paternidad de
Dios si las cosas nos van mal. No hemos descubierto aún la necesidad de
arrepentirnos y regresar a su casa. No hemos visto en Jesús el rostro
misericordioso del Padre.
LA FE Y LAS OBRAS
Así pues, la invitación a creer
es el tema clave en este domingo. Es también la clave de toda nuestra vida
cristiana. Esta es la promesa de Jesús: “En verdad en verdad os digo: el que
cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores”.
“Creer en Jesús”. Ese ideal de vida
implica aceptarlo como nuestro Maestro y nuestro Salvador. Jesús es el Señor.
Acogemos su palabra y damos gracias por su ejemplo. Creemos que él vive y
camina con nosotros.
“Hacer las obras de Jesús”. Esa
es nuestra vocación y es también nuestro mejor deseo. Sabemos que, por
brillantes y eficaces que parezcan a simple vista, nuestras obras son bien poca
cosa si no coinciden con las suyas.
“Hacer obras mayores que las
suyas”. Esa promesa nos parece poco probable. Y, en efecto, solo será posible
gracias a la exaltación de Jesús (Jn 12,31), que, una vez levantado en alto,
reunirá a los hijos de Dios dispersos (Jn 11,52).
Señor Jesús, no queremos
olvidar esa exhortación con la que tú nos invitas cada día a creer en Dios y a
creer también en ti. Te rogamos que mantengas viva nuestra fe y nuestra
confianza. Y que nos envíes tu Espíritu para que podamos suscitar esa fe en
medio de nuestro mundo. Amén. Aleluya.
D. José-Román Flecha Andrés
No hay comentarios:
Publicar un comentario