Homilía para el Domingo 21 de Agosto de 2016. 21 del Tiempo Ordinario, C.
“Yo vendré para reunir a las
naciones de toda lengua ” (Is 66,18). Esa promesa de Dios, se encuentra en la
tercera parte del libro de Isaías. El pueblo ha regresado de Babilonia. El
tiempo de la deportación y del exilio no podrá ser olvidado jamás. Pero Dios
invita a soñar el futuro. A romper el particularismo. A ensanchar el horizonte.
El profeta anuncia que el Señor
enviará sus mensajeros por todo el mundo.
Y anunciarán su gloria hasta en las tierras mas lejanas. Hasta las
costas que nunca oyeron su fama ni vieron su gloria. Y de allá vendrán para
ofrecer sacrificios en el Monte Santo de Jerusalén.
Apoyado en esa promesa, el orante
se atreve a cantar: “Alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo todos los
pueblos” (Sal 116,1). Claro que nadie
podrá caminar hasta el Señor si no se purifica. Es preciso aceptar como hijos
la corrección con que nos reprende el Padre que nos ama (Heb 12,5-13).
LA PRESUNCIÓN
Al leer el evangelio que se
proclama en este domingo nos quedamos un poco desconcertados. El texto parece
oscilar de un tema a otro.
En primer lugar se nos presenta a Jesús que
sube decidido hacia Jerusalén. Pero no parece obsesionado por la condena que
allí le espera. Al contrario, mientras va recorriendo el camino no deja de
enseñar en las ciudades y aldeas por las que pasa. Jesús es un Maestro que no
olvida su misión.
En segundo lugar, se recuerda la pregunta
de un oyente anónimo: “¿Señor, serán pocos los que se salven?” Jesús elude la
cuestión teórica y exhorta a las gentes a esforzarse en entrar por la puerta
estrecha. La salvación no queda garantizada por la cercanía física al Maestro.
No basta escuchar su palabra. Hay que vivir como él para evitar ser rechazados
por él.
En un tercer momento, contra la presunción
de los que le siguen habitualmente, Jesús proclama la suerte de “los otros”.
Son los que vienen de lejos. “Vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del
Sur y se sentarán en la mesa en el Reino de Dios.
LA RUTINA
El texto evangélico se cierra con
una advertencia que debió de brotar muchas veces de los labios de Jesús: “Hay
últimos que serán primeros y primeros que serán últimos”.
Las primeras comunidades cristianas
pensaron sin duda que los primeros eran los miembros del pueblo de Israel,
mientras que los últimos eran evidentemente los que llegaban del mundo pagano y
aceptaban el evangelio del Señor. Se cumplían así las antiguas profecías. La
comunidad se abría a nuevos horizontes.
En las comunidades cristianas de hoy hemos
de considerar seriamente aquella especie de proverbio de Jesús. Los cristianos
“de siempre” hemos caído en la rutina. Creemos tener asegurada la salvación.
Somos “practicantes no creyentes”. Seguramente nos precederán en el Reino
muchos de esos que parecen “creyentes no practicantes”.
Señor Jesús, ayúdanos a
abrirnos a la novedad de tu Reino. Que tu Espíritu ofrezca un nuevo horizonte
de universalidad y de gracia a los que nos hemos habituado a la comodidad que
nos ofrece una fe cansina y rutinaria.
Señor, te piedad. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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