Homilía para el Domingo 28 de Junio de 2015.
“Dios no hizo la muerte ni se recrea en la
destrucción de los vivientes”. Así lo proclama el texto del libro de la
Sabiduría que hoy se lee en la celebración de la eucaristía “Dios creó al
hombre para la inmortalidad y lo hizo imagen de su propio ser; pero la muerte
entró en el mundo por la envidia del diablo, y los de su partido pasarán por
ella” (Sab 1,13-15; 2,23-25).
Es verdad que la cultura griega
del momento aceptaba solamente una cierta inmortalidad del espíritu humano,
pero no podía llegar a creer en la resurrección de los muertos. Bien clara
quedó esa resistencia en la actitud displicente con la que los sabios
atenienses recibieron el discurso que San Pablo les dirigió en el Areópago.
El texto bíblico no pretende
enzarzarse en esas discusiones. Al autor sólo le interesa subrayar la fe en el
Dios creador de la vida. El hombre ha sido creado a imagen de Dios. Pero la
justicia de Dios, es decir, su santidad y su misericordia son eternas. Luego
también el hombre está llamado a sobrevivir más allá de la frontera de la
muerte
LAS SEMEJANZAS
Acompañada de la enfermedad y el
dolor, la muerte aparece también en el evangelio de hoy (Mc 5,21-43). Es un
relato muy rico en el que las semejanzas se entrecruzan con los contrastes. Por
muy interesantes que sean los detalles de esta doble escena, todos apuntan a
Jesús. En Él se manifiestan el poder y la misericordia de Dios.
En el texto se evocan de modo muy
llamativo dos realidades tan humanas como son la enfermedad y la muerte. Ambas
aparecen aquí reflejadas en la peripecia de dos mujeres. Una lleva doce años
enferma de hemorragias. Y doce años tenía también la hija de Jairo al caer en
brazos de la muerte.
En las dos situaciones se subraya
el poder de la oración. Por la niña intercede su padre con una súplica expresada
en palabras. La mujer enferma ruega por sí misma, desde el silencio de su
soledad. En casa de Jairo, la algarabía deja paso al silencio. La mujer enferma
es arrancada del silencio para hacer pública su sanación. Su silencio reclama
la Palabra que es Jesús.
EL TACTO Y LA FE
El relato evangélico subraya
además la importancia del tacto físico, es decir de la cercanía del ser humano
a la humanidad de Cristo. Pero al mismo tiempo nos advierte del riesgo de caer
en la magia. El tacto y la palabra son nada y menos que nada sin la fe.
En los dos casos, se subraya la
importancia de los sentidos. Jesús “notó” que alguien le había tocado y que de
él había salido un poder. También la mujer enferma “notó” que había sido
curada. Por otra parte. Jesús “tomó de la mano” a la niña muerta.
Evidentemente, la divinidad de Cristo no supone la negación de su humanidad.
Pero en los dos casos adquiere
una importancia definitiva la fe. Creer en Jesús es confiar en la bondad y la
misericordia de Dios, que se hacen manifiestas en las palabras y en los gestos
de su Hijo. Jesús dice a la mujer que su fe la ha salvado. A Jairo Jesús le
dirige una exhortación a la confianza: “No temas; basta que tengas fe”.
Señor Jesús, tú conoces nuestra
debilidad y la fragilidad de todas las personas atormentadas por la enfermedad
y por el miedo a la muerte. Te reconocemos como nuestro Salvador. Que nuestra
fe nos acerque a ti. Y que también nosotros nos dejemos tocar por el dolor de
todos los que sufren, para que podamos hacer visible tu misericordia. Amén.
José-Román Flecha Andrés
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